EL DESASTRE DE LA CIENCIA ECONÓMICA MODERNA
– João Pedro Bastos –
Desde Adam Smith, David Ricardo y Jean-Baptiste Say, la ciencia económica nunca había sufrido semejante decadencia.
Por un lado, ha habido una gran evolución en lo que concierne a las teorías sobre libre comercio, moneda, ciclos económicos, influencia de las instituciones, costes de transacción, análisis de la Elección Pública, y análisis económico de otros sectores como el Derecho, la salud, la corrupción, las drogas etc.
Por otro, la ciencia económica ha entrado en decadencia año tras año – en este caso, por razones epistemológicas.
Me explico: los heterodoxos[i] (marxistas, desarrollistas y post-keynesianos) causan envidia a los más absurdos conspiracionistas al crear explicaciones delirantes de las cuales surgen soluciones más delirantes aún para sus problemas. Al mismo tiempo, los neoclásicos y keynesianos abusan del empirismo y de sus modelos matemáticos complejos en el ansia de querer «medir» todo.
La economía parece haberse convertido en una rama de la estadística y de la matemática, en lugar de que éstas sirvan sólo como instrumentos para ciertas aplicaciones de la teoría económica. El olvido del apriorismo, de la Escuela Austríaca, y de Lionel Robbins y su obra Essay on the Nature and Significance of Economic Science (1932) representó un retroceso sin fin en dirección al cientificismo y al positivismo mecanicista.
La ciencia económica trata de fenómenos humanos, de relaciones entre individuos, de las elecciones de la racionalidad humana en relación a recursos escasos, de las implicaciones de todo eso. En suma: la ciencia económica trata de la acción humana. Infelizmente, en el monopolio del debate, todos están, de alguna forma, equivocados.
Vemos a intervencionistas y monetaristas enfrentados- sobre cuál es la tasa en que la oferta de moneda puede ser aumentada o cual es el nivel aceptable de déficit fiscal – y probablemente nunca llegarán a una respuesta correcta. Eso se debe a que, en la aplastante mayoría de los casos, ambos ortodoxos y heterodoxos tienen una metodología equivocada.
Los heterodoxos fallan al anclarse en los mismos errores de los economistas clásicos, al analizar la economía dividiéndola en clases sociales y, muchas veces – asómbrense-, basados en el valor-trabajo.
La idea de que el valor es objetivo y está determinado por la cantidad de trabajo empleado en la manufactura del producto, sumada a la idea de que cada clase social posee una lógica propia (siendo imposible que un pobre y un rico piensen de la misma forma) y es mágicamente guiada a un mismo rumbo, inhibe cualquier tentativa de avanzar en el análisis de las elecciones subjetivas de los consumidores y en teorías de cambios.
El polilogismo marxista creía que la forma de pensar de una persona está determinada por la clase a que ella pertenece, de modo que cada clase social tiene un mecanismo lógico y racional específico (menos Marx y Engels, que serían los únicos burgueses del mundo con la misma estructura lógica de los proletarios).
Según la Escuela Historicista Alemana, cada modo de producción posee un contexto histórico-social único. Y solamente a partir de ese contexto se pueden hacer análisis económicos adecuados. Por lo tanto, cada modo de producción tendría sus propias «leyes» económicas, que serían parcialmente verdaderas, pues las condiciones podrían cambiar, siendo imposible crear leyes económicas generales y aplicables a todos los modos de producción.
En el caso capitalista, la teoría económica liberal estaría equivocada porque representa los intereses burgueses para justificar la explotación del proletariado. Esa tentativa de relativizar las leyes económicas era imprescindible para la lucha socialista, ya que, si fuera convincente, eliminaría las tentativas de refutar el socialismo en términos puramente económicos. Sólo los verdaderos proletarios, dotados de la lógica verdadera, podrían tejer sus «prejuicios» totalmente desprovistos de cualquier base.
Entre los keynesianos, el análisis de la economía a partir de agregados ignora el hecho de que cada individuo tiene un comportamiento propio. El acto de estudiar la economía como si fuera sólo una gran masa homogénea y uniforme es algo que, en su punto de partida, no tiene en cuenta al individuo y sus variados comportamientos.
Basándose en la máxima de que hay una correlación entre desempleo e inflación, Keynes suministró a sus discípulos un Trabajo de Sísifo: la eterna búsqueda de un «punto óptimo» ficticio, inexistente. Si el desempleo era muy alto en el transcurso de un crecimiento económico lento, bastaba que los seres iluminados responsables de la política macroeconómica tomaran una simple medida: aumentar los gastos y la inflación monetaria, aumentando la demanda agregada. Si el desempleo, por otro lado, quedara muy bajo durante la recuperación económica, llevando a un «recalentamiento» de la economía, bastaba con que el gobierno elevara los impuestos y redujera los gastos, y el resto se corregiría.
Michael Kalecki, economista polaco, creía que el gobierno también debe financiar el pleno empleo, por medio de subsidios, manipulación de la tasa de interés o redistribución de la renta. Para justificar sus teorías, Kalecki presupone una economía cerrada, estática y sin gobierno, en la cual el capital es constante y los trabajadores no ahorran. Ya Keynes presuponía que para la aparición de ciertas causalidades que él describe, todas las otras variables deben estar constantes – el famoso ceteris paribus.
¿Cuál es la validez de teorías que no son realistas? ¿Cuál es el sentido de aplicar teorías económicas construidas para una economía que no existe? El problema es que las conclusiones a partir de esas hipótesis – las cuales, para ser correctas, deberían tener validez universal – sólo son válidas dentro de ciertos contextos.
La matemática en la economía.
Aun así, la matemática no es inútil en la economía. (Ningún economista que no cree en el uso de la matemática niega que si João tiene 10 reales y Pedro tiene 20, juntos tienen 30). El problema está en el uso de artificios clásicos de la física en la economía, además de la transposición de herramientas como el cálculo integral, ecuaciones diferenciales, y álgebra lineal, las cuales, por definición, no pueden ni medir ni mucho menos prever el comportamiento humano.
A pesar de haber superado la falacia del valor-trabajo, la Revolución Marginalista y el valor-utilidad trajeron consigo otro impasse en la historia del pensamiento económico, el cual persiste hasta hoy. La Revolución Marginalista no fue sólo una revolución teórica, sino también una revolución metodológica. Del método lógico, usado por los clásicos, se partió hacia el método formal (la matemática sin números). En la época de los clásicos, el texto metodológico más utilizado era el de John Stuart Mill Essays on Some Unsettled Questions of Political Economy (1844), en el cual Mill, a pesar de ser un entusiasta del empirismo, defiende que la economía necesita de un método propio, basado en la lógica a priori. Mill defendía el apriorismo porque la Economía Política (como era llamada en la época) era una ciencia abstracta y compleja, en la cual el uso de la experiencia como método probatorio no era ni posible ni adecuado.
Mientras Jevons y Walras intentaban sistemáticamente – y equivocadamente – «medir» la utilidad de cada bien adicional, Menger y la Escuela Austríaca se limitaron a la Teoría de la Utilidad Marginal Decreciente como la conocemos actualmente: cada unidad adicional de un mismo bien posee un valor al margen – es decir, un valor adicional – más pequeño. (Por ejemplo, a medida que añado camisas idénticas a mi guardia-ropa, cada camisa extra en general tendrá menos importancia para mí que las mismas camisas que compré anteriormente).
Eso afecta directamente las implicaciones que cada uno y sus escuelas siguieron.
Menger y los austríacos continuaron con el método apriorístico, en el que las verdades son auto-evidentes, lo que más tarde Ludwig von Mises llamó praxeologia, la ciencia de la acción humana, sistematizándola de forma brillante. Walras, Jevons, y más tarde Marshall, recurrieron a la matemática, para los gráficos y para sus hipótesis. A partir de éstos, se pasó a continuación al uso de modelos matemáticos, aunque no empíricos, siendo The Scope and Method of Political Economy (1890), de John Neville Keynes, padre de John Maynard Keynes, el más influyente en la época.
Es exactamente en ese punto en el que nace el mayor problema de la ciencia económica moderna: el empirismo. Curiosamente, los economistas neoclásicos, muchas veces liberales, caen en los mismos problemas de los econometristas comunistas de la Unión Soviética. En la URSS, los econometristas utilizaban funciones de producción para estimar curvas de coste, aconsejando a las empresas estatales para minimizar esos costes, como si las funciones fueran exactas y correspondieran a supuestas características globales inmutables.
En fenómenos complejos, como los fenómenos económicos, no hay constantes. En ese sentido, no se puede, por lo tanto, utilizar el modelo epistemológico de las ciencias naturales (o ciencias físicas, como Hayek las llamaba). El método empírico, en el cual se formulan hipótesis, esas hipótesis son probadas y repetidas varias veces con todas las «variables» constantes hasta llegar a una verdad. Ese modelo no puede ser aplicado en la economía por el simple hecho de que, en el campo de la acción humana, no existen relaciones constantes, como dijo Ludwig von Mises. Aunque hubiera constantes, no sabríamos identificar una infinidad de factores que influyen en cada acción humana. Y aunque consiguiéramos identificarlos, no conseguiríamos medir y valorar todos esos factores.
Corroborando la crítica a la Teoría General de Keynes, Hayek afirma que se pasó a dar valor a esa teoría porque, al probarse cuantitativamente, se mostraba relativamente correcta. Dijo Hayek en su discurso al ganar el Premio de Ciencias Económicas en Memoria a Alfred Nobel, en 11 de diciembre de 1974:
La correlación entre demanda agregada y nivel de empleo, por ejemplo, sólo puede ser aproximada; sin embargo, como es la única sobre la cual hay datos cuantitativos, pasa a ser aceptada como el único vínculo causal que importa. Lo que tenemos ahí es una óptima evidencia «científica» para una teoría falsa. Y se acepta porque parece ser más «científica» que una teoría que, aunque presenta una explicación válida, es rechazada sólo porque no hay evidencias suficientemente cuantitativas para fundamentarla.
Por eso, a pesar de estar fundamentalmente errada, se cree correcta, pues es, hasta el momento, la única que permite una constatación cuantitativa – lo que, según Hayek, no la hace más verdadera. Aunque se haya adquirido esa visión «cientificista» al alegar que la medida cuantitativa sea más correcta, las evidencias de correlaciones no pueden refutar algo en lo que una buena teoría muestre que existe una causalidad lógica.
Las ciencias económicas hoy.
El método científico moderno separó, erróneamente, las ciencias en dos: las ciencias naturales, verdaderas y empíricas; y las ciencias humanas, que serían pseudo-ciencias, falsas y basadas en «prejuicios». Aunque tengan razón en las duras críticas a la ciencias humanas, muchas veces utilizadas como escenario para locuras – ya que, teóricamente, usted no necesita de, y ni tiene cómo, probar empíricamente muchos de sus descubrimientos -, negar que la ciencia económica sea totalmente verdadera en su lógica deductiva apriorística, para con eso estimular la adhesión de los economistas a la matemática para prestigiar su trabajo como «ciencia de verdad», es una postura totalmente equivocada.
Ese es el «cientificismo» criticado por Hayek: creer que una teoría es más correcta sólo porque utiliza el método empírico no tiene sentido, una vez que el método empírico no es el correcto para la economía.
En la introducción de cualquier libro de texto de Microeconomía usted muy probablemente encontrará un aviso de que los modelos presentados no son cuantitativos, que no es posible utilizar números ordinales, y que tales modelos no pueden ser usados para implicar relaciones interpersonales de, por ejemplo, utilidad. En los capítulos siguientes, usted verá al autor utilizando una Curva de Indiferencia para determinar que una correcta cantidad del bien A es equivalente a una correcta cantidad del bien B, ignorando que los consumidores tienen una escala de preferencia subjetiva, intrapersonal y temporal, imposible de ser medida.
Verá también al autor diciendo que un aumento X en el precio hará que la demanda disminuya Y, dependiendo de su elasticidad Z. El gran problema es que nada de eso es estático – y, por lo tanto, nada de eso puede ser tomado como verdad. Los precios, por ejemplo, están influenciados por una cantidad no medible de variables también no medibles.
La estadística, otra herramienta neoclásica, falla de la misma forma. La estadística puede decirnos cosas increíbles sobre el pasado, puede hasta darnos cierta habilidad predictiva en relación al futuro, pero las correlaciones históricas no pueden ser usadas como leyes universalmente válidas para dictar lo que acontecerá en el futuro – a lo sumo, lo que probablemente puede acontecer.
Milton Friedman responde, en su libro Essays in Positive Economics (1953), que lo esencial es que los modelos matemáticos tengan una previsibilidad correcta, aunque no sean enteramente verdaderos en sus hipótesis iniciales. Friedman comienza dividiendo la economía en economía positiva y economía normativa, defendiendo la primera. Para él, la economía debería juzgar, por ejemplo, las políticas públicas por lo que son y no por lo que deberían ser. Aun así, nuevamente, sus modelos no consiguen juzgar eficientemente y con certeza lo que va a acontecer.
La economía positiva difiere de la normativa simplemente en la medida en que simples juicios de valor sin ningún fundamento pasan a ser analizados con correlaciones estadísticas. La economía normativa dice, a diferencia de la economía positiva, lo que probablemente va a acontecer, y no lo que va a acontecer. El único método posible para decir lo que va a acontecer es el lógico apriorístico, pero solamente cuando está delimitado a su alcance.
Conclusión.
Tomar la ciencia económica como empírica es perjudicial no sólo para la ciencia en sí, sino también para toda la humanidad. El formalismo teórico hace que se pierda la noción de la complejidad de la teoría económica y de los mercados. Sin la complejidad, se acaba por creer que éstos pueden ser controlados.
Creer que la economía es empirista resulta en tentativas de aplicar las mismas y fracasadas políticas gubernamentales que ya fueron refutadas por la teoría. Peor aún: resulta en tentativas de aplicar variadas versiones del socialismo, con la esperanza de que, un día, alguna de ellas resultará correcta a medida que las variables correctas sean controladas.
Los economistas pasaron de defensores de la libertad a auxiliares del despotismo. En ese tiempo, quien paga la cuenta somos nosotros, los seres humanos, convertidos en meros números en las ecuaciones neoclásicas, en los agregados keynesianos y en las dictaduras comunistas.
Bibliografia.
BARBIERI, Fabio. Formalismo Teórico, Complexidade e Ameaças à Liberdade. 4a Conferência de Escola Austríaca, São Paulo, 2014. Disponible em http://www.youtube.com/watch?v=qkDJEDQhd2I
FRIEDMAN, Milton. Essays in Positive Economics. 1a Ed. Chicago: University of Chicago Press, 1953.
HAYEK, Friedrich August. The Counter-Revolution of Science. 1a. Ed. Glencoe: The Free Press, 1952.
MISES, Ludwig von. Ação Humana. 3.1a Ed. São Paulo: Instituto Ludwig von Mises Brasil, 2010.
MISES, Ludwig von. Epistemological Problems of Economics. 3. Ed. Indianapolis: Liberty Fund, 2013.
MISES, Ludwig von. Theory and History. 2. Ed. Auburn: Ludwig von Mises Institute, 2007.
[i] Teóricamente, la Escuela Austriaca debería ser considerada heterodoxa, pues no participa, actualmente, del mainstream económico y sus ideas son consideradas «controvertidas» y/o «radicales» a sus ojos. Sin embargo, en este artículo, consideraré como heterodoxos a los marxistas, desarrollistas y keynesianos, y como ortodoxos a los neoclásicos, para una mejor comprensión.