El COYOTE, EL CORRECAMINOS Y LA CULTURA GRIEGA

  Cuando uno se encuentra sumido en la incertidumbre de un mundo confuso y escucha, desolado, las oscuras insidias que la desesperación vierte sobre sus oídos, siempre es benéfico recurrir al ejemplo de personajes cuya grandeza nos sirva a la vez de consuelo y de brújula moral. Y todo aquel en quien se combinen un espíritu noble y un corazón generoso coincidirá en que uno de los más poderosos bastiones contra el desánimo, uno de los más luminosos faros para esos momentos de tiniebla es, sin lugar a dudas, el Coyote.

  La tenacidad y la determinación del Coyote, en su perpetua carrera contra ese despreciable pajarraco del Correcaminos, son admirables. Con ánimo inquebrantable, no se deja vencer por las dificultades ni desfallece a pesar de los múltiples fracasos sino que persevera en su intento con una voluntad de hierro.

  Pero no es sólo su constancia lo que mueve al asombro: yo sospecho en su pasado una sólida formación en la cultura clásica, pues posee alguna de las virtudes que los griegos consideraban más nobles.

  En primer lugar el Coyote es un discípulo de Ulises y, como él, no recurre a la fuerza bruta para conseguir sus objetivos sino a la astucia y al ingenio. Igual que su predecesor, es fecundo en ardides. Posee lo que los griegos llamaban métis (la prudencia, la inteligencia en el engaño), un atributo que consideraban esencial para reinar entre los dioses o los hombres.

  Pero la métis era una cualidad que pertenecía también a los artesanos, entre los que destaca en la mitología Dédalo, creador de ingenios y artificios sin igual. Cuando fue encerrado, junto a su hijo Ícaro, en el Laberinto que él mismo había creado y que era tan intrincado que ni siquiera él podía encontrar la salida, diseñó unas alas que les permitieron escapar volando de su prisión.

  Éste sueño de alcanzar el vuelo estimularía en el futuro la imaginación de grandes creadores: el Coyote es uno de ellos. A lo largo de su carrera despliega un sinfín de artilugios voladores cuya inventiva e ingenio no quedan empañados por una cierta mediocridad en sus resultados.

  ¿Y este talento en la construcción de máquinas, esta atracción por los engranajes y las poleas, con qué otro ilustre griego lo emparenta sino con el gran Arquímedes? ¿En cuántas ocasiones vemos al Coyote embebido en sus pensamientos, concentrado en sus planes, absorto en sus cálculos y diseños? ¿No nos evoca al sabio de Siracusa que se abstraía en sus círculos hasta el punto de olvidarse de todo, incluso del soldado romano que lo mataría durante el asedio de su ciudad, que tanto había ayudado a defender con sus ingenios bélicos?

Arquímedes, según Gustave Courtois (1853-1923)/ El Coyote

Arquímedes, según Gustave Courtois (1853-1923)/ El Coyote, Warner Bros.

  Pero acaso protestéis, diciendo: ¿si es tan admirable el Coyote y tantos talentos despliega por qué fracasa continuamente ante la ciega carrera del Correcaminos? ¿No es su eterno quebranto una señal de que el vínculo que le une con la cultura griega es más funesto?

  Porque la carrera del Coyote podría ser la representación gráfica de la más famosa paradoja de Zenón de Elea. Afirmaba este filósofo que Aquiles no podría alcanzar a la tortuga en una persecución, aunque sea diez veces más veloz que ella. Si la tortuga parte con diez metros de ventaja habrá recorrido un metro cuando Aquiles llegue al punto del que partió. Cuando Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro. Cuando Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro, y así hasta el infinito. Esta paradoja sutil, este “pedacito de tiniebla griega” como lo llamaba Borges, tendría colosales consecuencias, puesto que la realidad del espacio (y del tiempo) sería ilusoria y el Coyote nunca podría alcanzar al Correcaminos.

  ¿Es en vano, entonces, el trabajo del Coyote? Y si es así, ¿es consciente de que sus esfuerzos son estériles y están condenados al fracaso? ¿Es acaso el Coyote una transfiguración del hombre absurdo de Camus, empujando como Sísifo la piedra de su castigo, sabedor de que nunca conseguirá depositarla en la cima?

  Yo digo que no debemos sucumbir a esa filosofía moderna de la postración y del desánimo. Es verdad que los imperios se derrumban, las dinastías de los hombres caen en el olvido y todas las creaciones humanas naufragan en los océanos del tiempo. El Coyote no alcanza nunca al Correcaminos, pero es que el Correcaminos no está hecho para ser alcanzado sino para ser perseguido. El Correcaminos es la Fortuna y es el Tiempo, que mueven a los hombres a la acción y a realizar grandes empresas.

Persiguiendo a la Fortuna, William Russell Flint (1912)/ Persiguiendo al Correcaminos

  Persiguiendo a la Fortuna, William Russell Flint (1912)/ El Coyote persiguiendo al Correcaminos, Warner Bros.

  En Grendel, de John Gardner, el famoso monstruo devorador de humanos que da nombre a la novela acude a hablar, presa del abatimiento, con un dragón que le regala estas brillantes palabras sobre su relación con los hombres: “Tú los haces mejores, muchacho, ¿no lo ves? Tú los estimulas. Los haces pensar y planear. Los espoleas hacia la poesía, la ciencia, la religión, todo lo que hace de ellos lo que son mientras dura su existencia.” Eso mismo es lo que hace el Correcaminos con el Coyote, lo que hacen el Destino y la mortalidad con los hombres.

  ¿Y quién sabe lo que ocurrirá cuando el Tiempo llegue a su consumación? Hay en la mitología escandinava unos parientes del Coyote, los lobos Sköll y Hati, que también corren una carrera eterna en los cielos persiguiendo al Sol y a la Luna. Cuando los alcancen y los devoren llegará el Ragnarök: el Destino de Dioses, el fin del mundo. Quizá cuando el Coyote alcance al Correcaminos llegue también el fin de los días. Y yo quiero imaginar que, cuando llegue ese momento, el perseguidor y el perseguido podrán  reconciliarse finalmente, se olvidarán de tretas y artimañas, pondrán fin a su carrera y pasearán tranquilamente el uno junto al otro como viejos amigos.

  Pero hasta que llegue ese momento es nuestro deber continuar corriendo. Aunque nuestras alas se derritan, aunque nuestros artilugios se desmoronen y nuestro explosivo marca ACME nos estalle en la cara. El Coyote nos enseña a seguir luchando, agradecidos por poder continuar en la carrera.