EL CONTENIDO DE LA EDUCACIÓN: FINES Y MEDIOS

   – Miguel Alonso Davila –    

  La educación, la transmisión de valores morales a un niño, debería ser una tarea que correspondiera a los padres y a las instituciones que ellos crean oportuno. Y en cuanto a la formación, los conocimientos que debe adquirir una persona dependen de los objetivos que quiera alcanzar.

  Las personas, de forma libre, escogen los fines que quieren perseguir y, también de forma libre, deciden los medios que subjetivamente creen que mejor les van a servir para lograr dichos fines. Es posible que se equivoquen al escoger los medios, puede que los que elijan no sean los más adecuados para lograr esas metas, pero con lo que nunca van a errar es con los fines que desean.

  Los seres humanos son diversos, así como también lo son las aspiraciones que tienen: pueden anhelar ser astronautas, enamorar a una determinada persona, escalar una montaña, montar un grupo musical, escribir una novela o suicidarse. Del mismo modo, los medios necesarios para conseguir esas aspiraciones serán diferentes: estudiar ingeniería aeronáutica, proyectar las cualidades que la persona pretendida aprecia, tomar clases de montañismo, aprender a tocar la guitarra, desarrollar un estilo literario o comprar una soga. A la vista de tales disparidades, parece absurdo creer que un burócrata del ministerio de educación desde un despacho, sin conocer nada de todas esas personas ni de los propósitos que tienen, pueda determinar qué conocimientos necesitan.

  Podría argüirse que las materias que se imparten en primaria, por ejemplo, son, en realidad, necesarias para cualquier objetivo que se quiera alcanzar. No obstante, si por “necesarias” entendemos “lógicamente necesarias”, esto es obviamente falso, puesto que para que lo fuesen, tendría que ser imposible concebir un fin concreto que una persona quisiera alcanzar para el que esa educación primaria no fuese imprescindible. Es decir, que para que el contenido de la educación primaria fuese lógicamente necesario debería ser absolutamente imposible alcanzar ningún fin imaginable sin ese conocimiento. Sin embargo, no resulta muy difícil imaginar gran número de fines que se pueden alcanzar sin él. Por ejemplo: aprender a escalar montañas, a tocar la guitarra, a desarrollar un estilo literario o a realizar cualquier oficio. Por otra parte, si esas enseñanzas son tan indispensables como se afirma, y si es posible determinar su contenido de manera objetiva, resulta especialmente curioso que varíe de unos países a otros.

  El que alguna competencia concreta, como leer y escribir, sea útil para la mayoría de los fines imaginables, no quiere decir que sea algo imprescindible para todos ellos. Por supuesto sería deseable que todo el mundo pudiese permitirse unos buenos estudios, de la misma manera que sería deseable que se pudieran permitir buena ropa, buenas casas, etc. Pero esto es diferente a decir que son algo necesario. Esta aclaración terminológica es de suma importancia.

  Quizás se podría objetar que, sea cual sea el fin que persigamos, las asignaturas impartidas en el sistema educativo no vienen mal ya que, al fin y al cabo, el conocimiento no ocupa lugar. Sin embargo esto se podría decir de cualquier disciplina (de hecho, en un momento dado puede resultar más útil saber hacer nudos con una cuerda que saber álgebra o gramática). Además, aunque el saber no ocupe lugar, adquirirlo lleva tiempo y disponemos de una cantidad limitada del mismo. Por tanto, debería ser cada persona la que escogiera libremente cómo administrarlo, priorizando los medios que crea que mejor le van a servir para alcanzar los fines más valorados. Lo deseable sería que todo el mundo tuviese todos los conocimientos que existen, pero el tiempo sigue siendo limitado.

  Algunos defensores del sistema educativo sostienen que existen dos tipos de recursos, los primarios y los secundarios. Los primarios serían aquellos necesarios para sobrevivir, o para tener una vida digna; los secundarios serían todos los demás, y sólo deberíamos preocuparíamos por ellos una vez que los primarios estuviesen cubiertos. Añaden, además, que es posible determinar cuáles son esos recursos primarios y, a partir de esa determinación, es posible construir un sistema que los provea a todo el mundo. Su conclusión es que la educación forma parte de esos recursos necesarios e incluso llegan a determinar los contenidos curriculares exactos que se precisan para alcanzar esa supuesta vida digna.

  Bajo este argumento yacen varias confusiones. En primer lugar, ¿cómo se determina en qué consiste una vida digna y qué recursos debemos poseer para alcanzarla? No opinará lo mismo al respecto un multimillonario, un ciudadano suizo de clase media, un habitante de Etiopía, o un náufrago en una isla desierta. Y ante tales divergencias, ¿cómo averiguar cuál es la postura correcta? Porque todos ellos creerán que la suya lo es y que son los demás los que tienen unas pretensiones demasiado bajas o demasiado elevadas.

  En segundo lugar, ¿cómo se calcula en qué momento un recurso pasa de ser necesario a ser secundario? Si vamos aumentando la cantidad de comida disponible, ¿en qué momento exacto pasa de ser algo necesario a ser vicio? Si adquirimos conocimiento, ¿en qué punto rebasamos la línea de lo necesario?

  En tercer lugar: no es cierto que haya recursos primarios y recursos secundarios en abstracto, sin hacer referencia a una persona y situación concreta. Este error viene de confundir la economía con la biología: biológicamente puede determinarse de forma objetiva que un ser humano necesita ciertas cantidades de agua y alimentos para sobrevivir, y puede concluirse que esto es objetivo y necesario. Sin embargo, la economía trata de personas que ansían fines y buscan medios que les permitan alcanzarlos; pero los fines pueden ser cualesquiera. Si me quiero deshidratar para presentarme a un campeonato de culturismo o para dar el peso en un combate de boxeo, el agua va a ser un medio secundario. Si me quiero suicidar, no necesito ninguna cantidad de agua, me será mucho más útil una soga. Es cierto que hay cosas biológicamente necesarias, sin las cuales no se podría vivir, pero no tienen por qué ser también económicamente necesarias, esto dependerá de los fines que persigamos. Obviamente para la mayoría de los fines es necesario estar vivo y, en este sentido, el agua y los alimentos serán necesarios. Pero esta condición necesaria proviene de los fines buscados y no de las características intrínsecas de los medios.

  Si se admite que existen medios que son necesarios para todo ser humano, sean cuales sean sus fines, raudos aparecerán los gobernantes diciendo que debe ser el Estado quien se encargue de producirlos y administrarlos, para asegurarse de que todo el mundo tenga acceso a dichos medios. Y como es imposible, por todo lo expuesto, que existan tales medios necesarios, propondrán como tal algo que a ellos les convenga, algo que les sirva para alcanzar sus propios fines, consiguiendo, de esta manera, que todos trabajemos para su propio beneficio. Y lo haremos de modo forzoso, puesto que esto le será impuesto a todo el mundo bajo la excusa de la supuesta necesidad de esos recursos.