ECONOMÍA DE IZQUIERDAS Y ECONOMÍA DE DERECHAS
– Miguel Alonso Davila –
En ocasiones escuchamos que el gobierno debería implantar una economía de izquierdas o de derechas, como si ésta pudiese funcionar a nuestro antojo. En este tipo de ideas subyace una confusión: las leyes económicas son objetivas, no existe una economía de izquierdas y otra de derechas, sino únicamente economía. Podemos instaurar una política económica u otra, pero esto no significa que haya dos economías diferentes. La política económica únicamente nos indica qué grado de interferencia se aplica sobre la economía.
Algunas personas creen que cuando el gobierno manipula el mercado, en realidad está cambiando las leyes económicas. Es decir, estas personas creen que podemos manipular la economía para obtener las leyes que más nos gusten. Desgraciadamente ese no es el caso. Si así lo fuera podríamos decidir establecer unas leyes económicas en las que no hubiera que trabajar duro y ahorrar para aumentar la riqueza y que, por el contrario, bastase con consumir, incluso a base de créditos, para que un sinfín de riquezas se desparramara sobre la sociedad. Sería maravilloso que bastase con hacer la danza de la lluvia para que llovieran casas y coches del cielo. Pero esta no es la situación. Las intervenciones económicas por parte del gobierno no cambian para nada las leyes económicas. Éstas son tan objetivas como las leyes de la física.
Supongamos que alguien descubre una ley física que dice que todos los cuerpos tienden a caer hacia el suelo. Si ahora una persona coloca una mesa muy grande en un sitio concreto donde están cayendo una serie de objetos, impedirá que los objetos lleguen al suelo, pero eso no significa que la ley física se haya suspendido, o que podamos cambiarla a nuestro antojo. La ley sigue rigiendo igual que antes. Es más, esta ley, junto con otras, nos informará de cuáles serán las consecuencias de esa interferencia. Nos advertirá, por ejemplo, que los objetos se acumularán sobre la mesa, lo que originará que al cabo de un tiempo vuelvan a caer sobre el suelo, eso en el caso de que no rompan la mesa antes. Del mismo modo, si ponemos fronteras y prohibimos la inmigración en un país dado, eso no provocará que la gente deje de querer entrar en él, que cesen de migrar de zonas pobres a zonas ricas, que la mano de obra vaya de donde sobra a donde hace falta, simplemente hará que se acumule gente en torno a esa frontera, y tarde o temprano algunas personas conseguirán entrar.
Los teoremas económicos, como por ejemplo el de la productividad marginal decreciente, se cumplirán siempre, proceda como proceda el Estado. Las acciones políticas sobre la economía son análogas a poner obstáculos en el cauce natural de un río: por muy grandes que sean éstos eso no causará que el agua deje de fluir de las zonas más altas a las más bajas; la fuerza que ocasiona ese comportamiento no desaparecerá aunque el obstáculo logre interrumpir el flujo de agua por completo. Muy al contrario, generará unas consecuencias que nos resultarán imprevistas si caemos en el error de creer que con esa operación hemos alterado las leyes objetivas de la naturaleza.
También es interesante hacer notar que, cuando se habla de intervención económica, se trata, en realidad, de algo forzoso, esto es, se utiliza la violencia para intentar cambiar el curso natural de las cosas. Cuando nos referimos al curso natural de las cosas (como aquel que se da en un mercado libre) no lo hacemos porque sea el que defendemos (si fuese así, un socialista podría llamarle “curso natural de las cosas” a una sociedad con una economía centralizada), sino porque es el único en el que no existe coacción (entendida ésta como violencia o amenaza de violencia), el único en el que se respeta la libertad individual. Además, en ocasiones se utiliza la expresión “intervenir en la economía” como si esa acción se realizase sobre un ente abstracto, para ocultar que, en realidad, esa agresión recae sobre los ciudadanos. En efecto, cuando el gobierno decide instaurar una ley económica, por ejemplo fijar un precio máximo para una mercancía, lo hace para impedir que las personas intercambien un bien concreto por encima del importe establecido por el Estado, impidiendo así un intercambio libre y voluntario. Si erigen esa barrera es precisamente porque había gente dispuesta a comprar por encima de esa cantidad de dinero. Obviamente, el gobierno lo justificará declarando que esa medida va destinada a alcanzar un cierto objetivo social que nos beneficia a todos. La falsedad de este aserto queda al descubierto cuando nos damos cuenta de que se utiliza la violencia. Si fuese algo que quisiese todo el mundo de forma natural no haría falta utilizarla.
Como decíamos, las leyes económicas son tan objetivas como las de la física. A nadie se le ocurriría hablar de una física de izquierdas o de derechas. Las leyes físicas nada nos mencionan acerca de lo que debemos hacer, únicamente nos indican qué es lo que sucederá. Igualmente, las leyes económicas no nos enuncian lo que debemos hacer, solamente nos informan de cuáles han de ser las consecuencias económicas de nuestros actos, pero nada nos formulan acerca de éstos. A este respecto podemos hacer lo que nos plazca. No encontraremos (o no deberíamos encontrar) en los manuales de economía ni una sola palabra acerca de cómo la sociedad debería ser, o sobre cuál debería ser nuestro comportamiento, o sobre qué objetivos tendríamos que perseguir por ser los más elevados y sublimes. En cambio, la economía nos informa de qué camino es el más adecuado para alcanzar un fin concreto, por ejemplo, cómo puede tener lugar el enriquecimiento de una sociedad o su empobrecimiento.
De este modo, las leyes económicas son moralmente neutras, no nos exponen lo que debemos hacer. Así, la economía no nos exhorta a que ahorremos, nos señala simplemente que si lo hacemos seremos más ricos y que si lo gastamos todo seremos más pobres.
Las leyes económicas son también políticamente neutras, no nos hablan de izquierdas ni de derechas. Nos revelan por ejemplo que si aumenta la cantidad de dinero en circulación, a igualdad de circunstancias, los precios tenderán a subir. Pero nada nos dice acerca de si debe o no realizarse dicha expansión monetaria (en el caso de que sea artificial), si ese acto es moralmente malo o políticamente deseable.
Son también éticamente neutras. Si un gobernante decide reducir la oferta monetaria, a igualdad de circunstancias, los precios tenderán a la baja, mas nada proclama la economía sobre si ese acto del gobernante es justo o injusto.
Sin embargo, es imprescindible saber cuáles son las leyes económicas objetivas que rigen el mercado para advertir las consecuencias de intervenir en él.
La Escuela Austriaca de Economía, siguiendo el método causal-realista, parte del axioma de la acción humana y a partir de él deduce teoremas que serán tan verdaderos como el propio axioma (si no hay errores en el razonamiento). Se desarrolla así todo un corpus teórico que nos permite alcanzar ciertas conclusiones. Una de ellas es que sólo existe una forma de alcanzar la riqueza: trabajo, ahorro y libre mercado. Podríamos desear que fuese de otro modo, pero el caso es que no hay otro modo. No hay recetas milagrosas, lo mismo da de qué parte del espectro político provengan. No importa que intervengamos los precios, obligando a subir unos y a bajar otros, como si estuviésemos ajustando los resortes de una máquina. Así no conseguiremos nada, ya que el mercado no es una máquina. El mercado soy yo comprando una barra de pan, por ejemplo. No importa que inyectemos una cantidad enorme de dinero en el mercado en un tiempo récord, esperando temerosos a ver cómo reaccionarán los mercados, como si estuviésemos haciéndole una ofrenda a algún dios caprichoso (lo cual refleja un pensamiento mágico). Tampoco así conseguiremos nada, ya que el mercado no es ningún ente abstracto, es usted comprando en el supermercado. Por mucho que intervengamos, las casas no lloverán del cielo, ni los coches brotarán de la tierra. Lo único que puede lograr la intervención es dificultar o impedir la creación de riqueza.
Los defensores de la Escuela Austriaca ansiamos lo mismo que ansía la mayor parte de la gente: que todo el mundo sea cada vez más rico. En lo único que diferimos es en cuáles son los medios necesarios para lograr tal fin.