DIEZ LECCIONES DE ECONOMÍA PARA PRINCIPIANTES – SEXTA LECCIÓN: BENEFICIOS, PÉRDIDAS Y EMPRESARIALIDAD
– Ubiratan Jorge Iorio –
Dos de las palabras más maldecidas por los socialistas y comunistas son: beneficio y empresario. Esa gente, entre los cuales se encuentran muchos profesores de Historia, cuyos conocimientos de economía son nulos, repiten como papagayos que los que obtienen beneficios son ladrones, explotadores del pueblo, tiburones y otras tonterías de ese género; de la misma forma identifican a los empresarios, pues, en definitiva, son los que obtienen beneficios…
¡Pues sepa usted que la persona que inventó el ordenador personal y las que lo perfeccionaron, así como las que desarrollaron internet, ganaron muchos millones en beneficios por sus invenciones y que, si no fuera por esos «ladrones y explotadores», usted y muchos millones de personas en el mundo entero no tendrían acceso a muchas facilidades que hicieron su vida mucho más interesante que en la época en la que no existían ordenadores personales ni Internet! Siempre que alguien insulte gratuitamente a los empresarios o hable mal de los beneficios, piense en eso y dé ese ejemplo. Le garantizo que esa persona quedará desconcertada y no tendrá argumentos para rebatir la verdad que le acaba de decir.
Los beneficios representan la remuneración de los empresarios, que son aquellos que, por medio de su acción en los mercados, crean nuevas informaciones y las transmiten, coordinan las acciones de los agentes económicos, y descubren oportunidades de beneficio. Los verdaderos empresarios necesitan estar en permanente estado de alerta, de vigilancia y de atención.
Entienda lo que significa decir que los empresarios «coordinan las acciones de los agentes»: cuando descubren que pueden comprar barato un recurso concreto para revenderlo a un precio mayor, hacen que el comportamiento descoordinado de los dueños de ese recurso pase coordinarse con el comportamiento de quien necesita de ese recurso. Al hacer eso, ellos están emprendiendo.
Mientras más fuerte sea la actividad de los empresarios, mayores serán los nuevos descubrimientos de medios y fines, la creatividad y la coordinación y, por lo tanto, más dinámica y eficiente será la economía.
Intervencionismo y empresarialidad son estados contradictorios. No admiten término medio, de la misma forma que no hay término medio entre llover y no llover: o está lloviendo o no lo está; o hay empresarialidad o intervencionismo. Infelizmente, pocos perciben eso y la inmensa mayoría de las personas, incluyendo a muchos empresarios, cree que intervencionismo y empresarialidad pueden convivir en la generación del progreso. La empresarialidad brota del espíritu creativo de los individuos, que los lleva a asumir riesgos para crear más riqueza. Para que pueda florecer, depende de cuatro atributos: gobierno limitado, respeto a los derechos de propiedad, leyes buenas y estables y economía de mercado. Mientras más se aleje una sociedad de esos presupuestos, más sofocada quedará la actividad de emprender y más perjudicada la economía, pues no se conoce ejemplo de desarrollo económico sin la presencia de empresarios. En este artículo, enfatizamos los efectos del intervencionismo.
Podemos definir la empresarialidad o función empresarial como el atributo individual de percibir las posibilidades de beneficios o ganancias eventualmente existentes. Ora, como eso se constituye en una categoría de acción, esta puede ser encarada como un fenómeno empresarial, que destaca las capacidades perceptiva, creativa y de coordinación de cada agente. El empresario es aquel individuo que percibe que una determinada idea podrá proporcionarle ganancias y se empeña en ponerla en práctica. El hecho de que ese individuo sea o no un empresario (en el sentido de ser director o dueño de una empresa), en el momento en que nace su buena idea, no es, por lo tanto, relevante para que podamos definirlo como empresario.
Uno de los aspectos más importantes del concepto de empresarialidad o función empresarial es que el empresario no es meramente la fuerza propulsora de una economía de mercado, sino un producto exclusivo de la economía de mercado. En otras palabras, sólo puede existir empresarialidad donde haya economía de mercado, toda vez que el proceso de descubrimiento que caracteriza los mercados libres y que exige un permanente estado de sagacidad para descubrir las necesidades específicas de los consumidores no puede ser sustituido por la planificación, por ordenadores, por reuniones de la «sociedad civil», por «movimientos sindicales», por «cámaras sectoriales» o por «soluciones» políticas.
Para que comprenda de una vez por todas el papel de los empresarios repetiré, a continuación, el ejemplo de mi artículo “Juan, María, José, Empresarialidad e Intervencionismo”.
Consideremos dos agentes, Juan y María. Cada uno de ellos posee un conjunto propio y peculiar de informaciones que el otro no posee. Un observador externo, por ejemplo, un tercer agente, puede afirmar con razón que existe un conocimiento que él, como observador, no tiene, y que se encuentra disperso entre Juan y María, significando con eso que Juan detenta una parte de él y María otra parte. Hay casos en que, para alcanzar determinado fin, el agente necesita sólo de su conjunto personal de informaciones, sin necesidad de tener que relacionarse con otros agentes.
Pero estos casos son minoría en el mundo real, en que la mayor parte de las acciones implican una complejidad mucho mayor. Por ejemplo, suponga que Juan pretende alcanzar un fin FJ, para el cual necesita utilizar un medio MJ que no está a su disposición y que, además de eso, no sepa cómo obtenerlo. Admitamos también que María pretende alcanzar un fin FM, diferente de FJ y que tenga a su disposición una cantidad razonable del medio MJ tan útil para Juan, pero que para ella no sea importante. Sin embargo, María no sabe que ese medio es importante para Juan y éste no sabe que María lo posee y, además, que no pretende utilizarlo. Lo que sucede en este ejemplo sucede también en la mayoría de las situaciones reales: el hecho de que los fines FJ y FM sean contradictorios, o sea, cada agente busca fines diferentes, con intensidades también diferentes y con un conjunto relativo de informaciones, en lo que concierne a ellos y a los medios utilizables. Hay, claramente, un desajuste y una ausencia de coordinación, motivados por la dispersión del conocimiento y que sólo desaparecerán por medio del ejercicio de la función empresarial, o empresarialidad.
Supongamos ahora que un tercer agente – José – percibe la situación de falta de coordinación que fue descrita y se dispone a ejercer la empresarialidad, cuando descubre la posibilidad de obtener un beneficio y busca a María, para quien el medio MJ no tiene utilidad y le propone que lo venda por, supongamos, R$ 80.000,00. A buen seguro, un excelente negocio para María, que atribuía al medio un valor cero o próximo a cero. Después de comprar MJ de María, José busca a Juan, que está interesado en él para que pueda alcanzar su fin FJ y le propone venderlo por, supongamos, R$100.000,00. Observe que José no necesita necesariamente poseer recursos para comprar el medio, bastará que tome un préstamo cuyos intereses compensen el negocio. Así, José consiguió obtener de la nada – ex nihilo – un beneficio empresarial puro de R$ 20.000,00 del medio MJ. En consecuencia, la acción empresarial de José produjo tres efectos: primero, creó nueva información, nuevo conocimiento; segundo, transmitió ese nuevo conocimiento en el mercado; y tercero, enseñó a los otros dos agentes a actuar en un proceso de dependencia recíproca.
La creación empresarial de conocimiento representa una transmisión instantánea de esa información en los mercados. José no sólo transmitió a María la información de que el recurso MJ, que ella poseía, pero al cual no atribuía valor, era importante para alguien y que no había, racionalmente, razón para desperdiciarlo, sino que también transmitió a Juan la información de que podía proseguir con la acción para alcanzar su objetivo FJ y que podría haber sido abandonada por la falta del medio adecuado. El ejemplo ilustra también la importancia del sistema de precios como un transmisor de informaciones muy eficiente, que se esparce sucesivamente por todo el proceso de mercado, eliminando la falta de coordinación. José, que sólo percibió que el recurso MJ poseía valor para Juan, aunque no tuviera valor para María, no hizo más que transmitir al mercado esa percepción, actuando como un empresario y obteniendo un beneficio.
Observemos también que el conjunto relevante de informaciones tiene naturaleza esencialmente subjetiva, porque depende de aquellos agentes empresariales que sean capaces intuitivamente de descubrirlo. Incluso aquel tipo de informaciones o de conocimiento que es generalmente considerado como «objetivo», como los propios precios, por ejemplo, es en la realidad generado por informaciones subjetivas, como la que llevó a José a buscar a María, proponerle la compraventa del medio y, después, a buscar Juan y decirle que estaba dispuesto a venderlo.
Pero no fueron sólo Juan, María y José los que quedaron satisfechos con la acción empresarial de este último. Supongamos que el fin de Juan era abrir un taller de mecánica de automóviles en una determinada calle de un barrio, que el medio de que necesitaba era un terreno y que María haya heredado de una tía un terreno baldío en esa misma calle, que sólo le estaba causando costes con las tasas e impuestos exacerbados que el municipio le cobraba. María y Juan no se conocen, pero he ahí que surge José que, conociendo los deseos de ambos, percibe una buena oportunidad de ganancia, compra el terreno de María por R$ 80.000,00 (valor que él posee en una cuenta de ahorro) y lo revende a Juan por un valor mayor. María vende el terreno a José por aquel valor y José consigue revenderlo para Juan por R$ 100.000,00. Admitamos, por fin, que Juan, con la posesión del terreno, abre su taller y, con eso, da empleo para cinco personas que se encontraban desempleadas.
Observemos cuántos individuos ganaron con la idea que José consiguió llevar adelante. Primero, el propio José, que ganó R$ 20.000,00; después, María, que, además de verse libre de los gastos con el terreno, se embolsó, en términos brutos, R$ 80.000,00; en tercer lugar, Juan, que puede finalmente realizar su deseo de ser propietario de un taller mecánico y que podrá obtener beneficios con su funcionamiento; y, por fin, los cinco empleados del nuevo negocio y, obviamente, sus familias, que – admitamos – totalizaban, sumando las esposas y los tres hijos de cada uno, veinte personas. Por lo tanto, la empresarialidad de José benefició, al fin y al cabo, a él mismo, a Juan, a María, a los cinco mecánicos y a veinte personas más, o sea, veintiocho personas.
Notemos que José, para poner en práctica su idea, ni necesitaba disponer de los R$ 80.000,00 necesarios para comprar el terreno de María, bastando con que tomara un préstamo de ese valor y que el total de intereses que tendría que pagar por la operación fuera inferior a la ganancia obtenida con la reventa del terreno para Juan. Vemos, entonces, que el empresario no necesita ser alguien necesariamente rico, sino alguien con creatividad, inventiva – ideas, en fin.
Ahora bien, si esto acontece en un pequeño negocio como el de ese ejemplo simple, podemos imaginar la amplitud de los beneficios proporcionados por los grandes negocios, que implican la generación de empleos de centenares y de miles de personas. Sin embargo, la cultura anti-empresarial insiste invariablemente en asociar los grandes negocios con fraudes, tejemanejes y chanchullos en que sólo los «empresarios» obtienen beneficios y siempre a partir de la «explotación» ajena…
Así, José, el empresario inicial (aquel que tuvo la idea), consiguió obtener un beneficio empresarial bruto de R$ 20.000,00. Pero María, por lo pronto, ya ganó R$ 80.000,00 y podrá, a lo largo del tiempo, ganar más que el beneficio de José, si aplica bien su dinero. De la misma forma, el negocio de Juan, que le costó R$ 100.000,00 por la compraventa del terreno, más los costes con máquinas, empleados y la construcción de un almacén, entre otros, tras algún tiempo, compensará sus costes fijos y variables de abrir y mantener el taller. La acción empresarial de José produjo varios efectos: creó nueva información; transmitió esa información al mercado; coordinó los planes de Juan con los de María; dio empleo a cinco mecánicos; benefició a sus familias; y aumentó la competición en el sector de mecánica de automóviles, porque creó una empresa más y, por lo tanto, benefició también a los propietarios de coches.
Espero que este ejemplo simple le haya ayudado a comprender la importancia de la empresarialidad. Note que, en el ejemplo, todo salió bien para José, el empresario. Pro, ¿y si no hubiera sido así? ¿Y si, por ejemplo, hubiera pagado los R$80.000,00 por el terreno de María, pero no hubiera conseguido revenderlo a Juan por los R$100.000,00, sino sólo por R$76.000,00? Bien, en ese caso, habría incurrido en una pérdida o perjuicio: R$4.000,00 (pérdida directa, que puede ser medida) más las pérdidas representadas por el tiempo que perdió haciendo los dos negocios (pérdidas indirectas, que no pueden ser calculadas).
Por lo común, la gente sólo se fija en los beneficios ganados por los empresarios, pero se olvidan de que corren muchos riesgos, siendo los principales que sus empresas no den buenos resultados y eso les cause pérdidas.
Tras todas esas observaciones, espero que haya quedado bastante claro que uno de las condiciones, tal vez la principal de ellas, para que una economía se desarrolle es la libertad de empresa, sin ninguna interferencia del estado. Podemos, entonces concluir con las palabras de un campeón de la lógica y de la libertad, Ludwig von Mises:
Aquellos empresarios que se muestren incapaces de producir, de la mejor y más barata manera posible, los bienes y servicios que los consumidores están demandando con más urgencia, sufrirán pérdidas y serán, en última instancia, eliminados de su posición empresarial. Otros empresarios que tengan mayor capacidad administrativa y que sepan mejor cómo servir a los consumidores sustituirán a éstos que fracasaron.