DIEZ LECCIONES DE ECONOMÍA PARA PRINCIPIANTES – NOVENA LECCIÓN: MONEDA Y PRECIOS
– Ubiratan Jorge Iorio –
Uno de los mayores avances de todos los tiempos fue sin duda la invención de la moneda. Sí, hoy es difícil pensar que las transacciones se realizaban sin dinero, pero en la más remota antigüedad lo que existían eran cambios directos: si usted, por ejemplo, tenía gallinas y deseaba comprar arroz, debería llevar algunas gallinas hasta el mercado (que era un espacio físico) y buscar a alguien que, a la vez, estuviera interesado en sus gallinas y que tuviera arroz para intercambiar por ellas. Es fácil percibir que eso dificultaba tremendamente los cambios, porque los costes de transacción implícitos eran gigantescos.
El paso siguiente, centenares de años después, en un proceso de evolución llamado orden espontáneo, en el que las cosas se descubren como consecuencia de la acción de las personas, pero sin que planifiquen como serán descubiertas, fue la llamada moneda-mercancía. Algunas mercancías, por ser duraderas, por ser fáciles de transportar y, principalmente, por ser aceptas en casi todos los cambios, se transformaron en la moneda de la época. La sal fue la principal de esas mercancías. Desde ese momento, usted ya no necesitaba llevar sus gallinas al mercado para intercambiarlas por arroz, bastaba con llevar cierta cantidad de sal.
Más tarde, siempre siguiendo esa evolución espontánea, los metales preciosos, como el oro y la plata, pasaron a ser usados como moneda, especialmente tras la invención del proceso de acuñación. La etapa siguiente fue la del llamado papel-moneda, un certificado nominativo que usted recibía de su banquero declarando que había depositado cierta cantidad de oro y que podría recogerlo cuando deseara. Cuando esos papeles pasaron a ser al portador, se transformaron en el papel-moneda. Y lo que llamamos moneda o dinero pasó a estar compuesto por aquellos certificados (que se transformaron con el tiempo en las cédulas) y las monedas metálicas.
Posteriormente, cuando los banqueros descubrieron que podían prestar parte del dinero que recibían como depósitos (aunque este dinero no les pertenecía, lo que es un absurdo) al público, esos préstamos, al generar nuevos depósitos, se transformaron en lo que conocemos como moneda escritural. Y la moneda o dinero pasó a ser el papel-moneda (más las monedas metálicas) y los depósitos a la vista del público en los bancos comerciales. La faceta más moderna de ese proceso evolutivo es la llamada moneda electrónica, que son las tarjetas magnéticas utilizadas ampliamente a partir del final del siglo XX. ¿Cuál será el próximo paso? Es imposible decirlo, porque, como hemos resaltado, la moneda es resultado de un orden espontáneo, un producto de la acción humana, sin embargo no planificado.
Los economistas austríacos siempre dijeron que los aumentos en la cantidad existente de moneda no generan beneficios para la sociedad, básicamente porque no alteran los servicios de cambio que la moneda proporciona; sólo diluyen el poder de compraventa de cada unidad monetaria. Por lo tanto, no existe ninguna «necesidad social» que justifique el crecimiento de la cantidad de moneda, ni aún si la producción o la población aumentan: simplemente, las personas podrán mantener una proporción mayor de dinero para una cantidad dada de moneda, gastando menos, lo que hará subir el poder de compraventa de ese dinero. Conforme Mises escribió en el capítulo XVII de «Acción Humana», en 1948, «… la cantidad de moneda disponible en toda la economía es siempre suficiente para asegurar a todos todo lo que la moneda hace y puede hacer».
La inflación – que no debe entenderse simplemente como un aumento continuo y generalizado de precios (este es su efecto, no su causa), sino como una caída progresiva del poder de compraventa de la unidad monetaria y la correspondiente elevación de los precios – es un método por el cual el gobierno, el sistema bancario que él controla y los grupos que él favorece políticamente adquieren la capacidad de expropiar parte de la riqueza de los demás grupos de la sociedad. Por lo tanto, es más que aconsejable – es crucial – que la sociedad, mediante el establecimiento de instituciones adecuadas, impida que los gobiernos y los políticos controlen la cantidad de moneda, emitiendo a su placer. El economista Friedrich von Hayek, uno de los gigantes de la Escuela Austríaca, tiene una frase muy apropiada para describir ese peligro: «Entregar el control de la oferta monetaria a los políticos es lo mismo que pedirle a un gato que cuide de un vaso de leche».
Por lo general, antiguamente no eran los gobiernos los que emitían las monedas: eran emitidas por banqueros privados que competían entre sí. Posteriormente, los gobiernos descubrieron que era un gran negocio para ellos el ser los detentores del monopolio de la moneda e inventaron la llamada «moneda de curso legal», aquella que, por decreto, es la moneda «oficial» de un país o grupo de países.
Vamos a abordar ahora una cuestión importante y que está siempre relacionada con la moneda. ¿Qué es la inflación? Su causa primaria, siempre y en cualquier lugar, es un crecimiento en la moneda y en el crédito que no se corresponde con aumentos correspondientes en la producción, en la productividad y en la población. En verdad, la inflación debe definirse más propiamente como esa ampliación en la oferta de moneda y crédito, y no de la forma que se ha convertido en la usual – como un aumento continuo y generalizado de precios. La utilización de la palabra «inflación» con este segundo significado ha generado muchas interpretaciones incorrectas a lo largo de los años, produciendo diagnósticos equivocados y terapias desastrosas. Obviamente, las expansiones monetarias no son lo mismo que las elevaciones en todos los precios que provocan, porque la causa no es lo mismo que el efecto.
La inflación significa simplemente que la moneda y el crédito son «inflados», de forma que los agentes económicos pasan a disponer de más dinero para comprar bienes y servicios; ahora bien, si la oferta de esos últimos no crece a la misma velocidad que la de las emisiones – lo que es de esperarse, pues, en el mundo real, las tortugas no consiguen atrapar a las liebres -entonces sus precios crecerán y continuarán aumentando mientras persista la causa.
Como dijo el profesor Mises, la patata es más barata que el caviar porque su oferta es mucho más abundante. Pues en un proceso inflacionario, la moneda y el crédito desempeñan el papel de la patata y los demás bienes y servicios el del caviar: para comprar las mismas cantidades de productos, serán necesarias cada vez más unidades monetarias, así como para comprar caviar se gasta más de lo que se gasta para comprar patatas. ¡Es así de simple! ¡Si hay más reales circulando, nada más natural que la disminución del valor del real en relación al de los demás bienes!
Una de las falacias más repetidas es la de que la causa de la inflación no son los excesos de moneda y crédito, sino la «escasez» de productos. Es verdad que un aumento de precios – que no debe ser confundido con la inflación – puede ser causado tanto por expansiones de la moneda y del crédito como por la escasez de productos, o por ambos. El precio del trigo, por ejemplo, puede crecer temporalmente debido a algún problema en la cosecha, pero no hay casos, aún en economías de guerra, de aumentos generalizados de precios generados por la escasez universal de bienes. En la Alemania de posguerra de 1923, por ejemplo, los precios subían astronómicamente, todos reclamaban contra la escasez generalizada, pero muchos extranjeros entraban en el país para comprar productos alemanes, porque muchos precios eran más pequeños en Alemania que en sus países.
Quédese con lo siguiente: existe inflación, pero no existe «inflación de los alimentos», o «inflación» de la zanahoria, de las legumbres, de los barberos, de las pizzas, del café o del petróleo. Por más importante que sea en la economía, ningún producto es capaz de provocar aumentos permanentes en todos los demás, pero, debido al pésimo hábito de mirar sólo lo que los índices mensuales de precios reflejan, siempre es posible encontrar al bandido del mes, aquel precio que subió por encima de la media…
Salir en una noche fría sin estar bien abrigado acostumbra a causar gripe, cuyos síntomas – dolores en el cuerpo, postración y congestión nasal – sólo se manifiestan dos o tres días después. De la misma forma, la inflación nace cuando ocurre un crecimiento sin correspondencia en la moneda y en el crédito y se hace visible algunos meses después, cuando todos los precios comienzan a subir sin parar.
Las variaciones en la cantidad de moneda en circulación no son «neutras» porque no afectan a todos los precios de manera uniforme y, por lo tanto, alteran los precios relativos y, así, la estructura de capital, como veremos en la próxima lección.
La idea central de los austríacos es que el dinero nuevo entra en un punto específico del sistema económico y, siendo así, se gasta en ciertos bienes y servicios particulares, hasta que, gradualmente, se va esparciendo por todo el sistema, así como un objeto cualquiera, si se arroja en la superficie de un lago, forma círculos concéntricos con diámetros progresivamente mayores, o como cuando se derrama miel en el centro de un plato y se va esparciendo a partir del montículo que se forma en el punto en que está siendo derramado (analogías, respectivamente, de Mises y Hayek). Por eso, algunos gastos y precios cambian antes y otros cambian después y, mientras el cambio monetario – digamos, una expansión del crédito – se mantenga, su irradiación en los gastos y precios sigue en movimiento.
Así, las alteraciones provocadas en los precios relativos, que son definidos como las comparaciones de todos los precios tomados dos a dos, producen cambios en la asignación de recursos. Cuando ocurre una expansión del crédito bancario, suponiendo que las expectativas en cuánto a la inflación futura no existan, las tasas de intereses, inicialmente, caen, manteniéndose por debajo de los niveles que alcanzarían si el crédito no hubiera aumentado. El efecto de eso es que, necesariamente, los patrones de gastos sufrirán alteraciones: los gastos de inversiones subirán en relación a los gastos de consumo corriente y a los ahorros. Por lo tanto, la expansión monetaria, necesariamente, provoca una descoordinación entre los planes de ahorro y de inversión del sector privado. Ese impacto descoordinador de la política monetaria es esencial en la visión hayekiana, pero no se tiene en cuenta en la teoría macroeconómica convencional.
Como estas lecciones están dirigidas a principiantes en economía, no vamos a discutir otras importantes cuestiones: ¿los gobiernos deben continuar con el monopolio sobre la moneda? ¿Los bancos centrales deben existir? Para incentivarlo a profundizar en el fascinante mundo económico, vamos a decir sólo que la respuesta de algunos austríacos (entre los cuales me incluyo) para ambas preguntas es: ¡no!