DIEZ LECCIONES DE ECONOMÍA – CUARTA LECCIÓN: QUÉ SON LOS MERCADOS Y CÓMO SE DETERMINAN LOS PRECIOS

 

    – Ubiratan Jorge Iorio – 

 

 

  Para definir los mercados, vamos a utilizar las palabras del Prof. Ludwig von Mises, una definición simple, completa, integral y magistral, como prácticamente todo lo que Mises escribió y enseñó. La grandeza de esa definición está en su simplicidad, lo que muestra que la economía es algo simple, cuando tenemos la humildad para reconocer eso, atributo que sólo gigantes como Mises acostumbran a poseer.

La economía de mercado es el sistema social basado en la división del trabajo y en la propiedad privada de los medios de producción. Todos actúan por cuenta propia; pero las acciones de cada uno buscan satisfacer tanto sus propias necesidades como también las necesidades de otras personas. Al actuar, todos sirven a sus conciudadanos. Por otro lado, todos son por ellos servidos. Cada uno es a la vez un medio y un fin; un fin último en sí mismo y un medio para que otras personas puedan alcanzar sus propios fines.

  Este sistema es guiado por el mercado. El mercado orienta las actividades de los individuos por caminos que posibilitan servir mejor las necesidades de sus semejantes. No hay, en el funcionamiento del mercado, ni obligación ni coerción. El estado, el aparato social de coerción y compulsión, no interfiere en las actividades de los ciudadanos, las cuales son dirigidas por el mercado. El estado utiliza su poder exclusivamente con el propósito de evitar que las personas emprendan acciones lesivas a la preservación y al funcionamiento de la economía de mercado. Protege la vida, la salud y la propiedad del individuo contra la agresión violenta o fraudulenta por parte de malhechores internos y de enemigos externos. Así, el estado se limita a crear y a preservar el ambiente donde la economía de mercado puede funcionar en seguridad.

  Prosigue el Profesor Mises:

El mercado no es un lugar, una cosa, una entidad colectiva. El mercado es un proceso, impulsado por la interacción de las acciones de varios individuos que cooperan bajo el régimen de la división del trabajo. Las fuerzas que determinan la – siempre variable – situación del mercado son los juicios de valor de los individuos y sus acciones basadas en esos juicios de valor. La situación del mercado en un determinado momento es la estructura de precios, es decir, el conjunto de relaciones de cambio establecido por la interacción de aquellos que están deseosos de vender con aquellos que están deseosos de comprar. No hay nada, en relación al mercado, que no sea humano, que sea místico. El proceso de mercado resulta exclusivamente de las acciones humanas. Todo fenómeno de mercado puede ser rastreado hasta las elecciones específicas hechas por los miembros de la sociedad de mercado.

  El proceso de mercado es el ajuste de las acciones individuales de los varios miembros de la sociedad a los requisitos de la cooperación mutua. Los precios de mercado informan a los productores que producir, cómo producirlo y en qué cantidad. El mercado es el punto focal de donde convergen y de donde irradian las actividades de los individuos.

  Si usted, tras esos cuatro párrafos, aún no entendió lo que son los mercados, entonces es porque no lo leyó con atención. En ese caso, relea antes de proseguir.

  Bien, está usted ahora preparado para intentar responder a una importante cuestión: ¿qué determina el valor de un bien o servicio en el mercado?

  ¿Serán los costes para producir ese bien o servicio? No, porque una persona puede tener que incurrir en altísimos costes para producir una cosa, pero si los consumidores no quieren comprar esa cosa (en el lenguaje de los economistas, si ellos no demandaran esa cosa), su precio y su valor será cero.

  Bueno, si no son los costes, entonces ¿serán las horas de trabajo empleadas para producir el bien o servicio? Tampoco, ¡por el mismo motivo! Usted puede tener que emplear una cantidad de trabajo increíble para producir un bien, pero si nadie quiere comprar ese bien, no tendrá valor.

  Si no son los costes ni el trabajo, entonces, ¿será el valor moral? Está claro que no, basta observar que hay bienes y servicios que nada tienen de morales y que tienen valores muy altos en el mercado, porque su demanda es grande.

  Entonces, ¿es el valor estético? Tampoco, ¡y por el mismo motivo! Una entrada para un partido de fútbol puede costar más caro que una entrada para asistir a un concierto para fagot, oboe y flauta de Vivaldi, por ejemplo.

  Entonces, ¿es el valor técnico? Nada de eso, muchos inventores no ganaron un centavo con sus invenciones, pero hicieron a muchas personas ricas.

  ¿Será entonces la escasez? Puede parecer que sí, pero tampoco lo es. La escasez depende de la demanda, no es una cantidad aritmética específica del bien. En mi casa tengo un dibujo, uno sólo, que hice hace algunos años y, sin embargo, no tiene valor, porque nadie va a querer comprar un dibujo hecho por mí.

  Si no es la escasez, entonces ¿es la utilidad? Está usted llegando a la solución, pero aún no es esa la respuesta. La utilidad no significa nada en el mercado si no está relacionada con la demanda. Hay cosas muy útiles, pero que no tienen valor, como el aire que respiramos; un viejo libro de Economía puede tener un valor muy elevado para mí, pero para otras personas puede no valer nada. Como ya puede notar, desde el punto de vista del mercado, lo que importa no es la utilidad objetiva, sino la utilidad subjetiva, aquella que es estimada personalmente, por cada individuo.

  Valorar algún bien o servicio en el mercado significa escoger entre ese bien o servicio y bienes y servicios alternativos. Cuando hacemos elecciones, es decir, cuando actuamos, lo hacemos creyendo que esa elección, o esa acción, va a proporcionarnos una satisfacción mayor que la satisfacción que los otros bienes y servicios nos proporcionarían. Pero, como nuestras elecciones son individuales y subjetivas, como nuestro conocimiento no es perfecto y, además, como nuestras acciones se dan en el transcurrir del tiempo y este va a incorporar nuevos conocimientos, corremos siempre el riesgo de cometer errores.

  Llegamos, entonces, a la respuesta que buscábamos: el valor depende de una combinación de la utilidad con la escasez, o, en el lenguaje de los economistas, depende de la utilidad marginal, entendida como la satisfacción proporcionada por la última unidad de un bien dado, en un momento concreto del tiempo.

  Por ejemplo, si usted ofrece, a las tres horas de la tarde, una bandeja llena de vasos de agua a alguien que está muriendo de sed, esa persona va a dar al primero vaso un valor mayor que al segundo, a este un valor mayor que al tercero, a este un valor mayor que al cuarto y así sucesivamente. Suponiendo que esa persona beba, a las tres horas de la tarde, seis vasos seguidos y rechace el séptimo, podemos decir que el valor del séptimo vaso, a las tres de la tarde, era cero. Pero si preguntamos a la misma persona, cinco horas después, delante de la misma bandeja, si quiere beber agua y responde afirmativamente, entonces el valor de aquel séptimo vaso (que ahora será el primero) ya será positivo y mayor que el valor del octavo (que, ahora, pasa a ser el segundo), el valor del octavo será mayor que el del noveno (que, ahora, será el tercero) y así sucesivamente.

  Vemos, así, que el valor depende de una combinación entre utilidad y escasez, combinación sintetizada por el concepto de utilidad marginal, que fue descubierto en 1871 por Carl Menger, el fundador de la Escuela Austríaca y por William Stanley Jevons y Leon Walras. ¿Por qué aquel primero vaso de agua tenía un valor mayor que los valores de los vasos siguientes en aquel momento del tiempo (tres de la tarde)? Porque era escaso, ya que aquella persona estaba muriendo de sed, y también porque tenía mucha utilidad. Pero, en aquel punto del tiempo, cada vaso de más que era bebido tenía una utilidad (marginal, en el margen, de aquella unidad adicional) menor que la del anterior. ¿Lo ha entendido ahora?

  ¿Y qué decir de los precios? Hay ciertos conceptos – como el de precio – que creemos entender, pero que, en rigor, conocemos sólo superficialmente. ¿Qué vienen a ser los precios? En esencia, son el resultado de la acción de individuos y de grupos de individuos que, actuando intuitivamente en su propio interés, hacen sus elecciones económicas, como ya observamos, en la suposición de que sean, a priori, las mejores de entre todas las posibles, dados su estado de conocimiento y sus motivaciones en cada momento específico del tiempo. Por eso, todos los precios que conocemos son precios pasados, meros hechos de la historia económica. Cuando hablamos de precios actuales, está implícito que estamos suponiendo – aun inconscientemente – que los precios del futuro inmediato no serán diferentes de aquellos del pasado reciente. Y todo lo que decimos sobre precios futuros no pasa de simple inferencia, de nuestra visión particular sobre eventos que aún son inciertos. Los precios, por lo tanto, resultan de la acción humana, de las elecciones interactivas de millones de individuos en el mercado, al largo del tiempo y en condiciones de incertidumbre y, por eso, sólo podemos concebirlos como tal cuando son determinados libremente por esa interacción.

  Cuando el gobierno interviene en el proceso de mercado determinando cualquier precio, en realidad lo que está fijando no es un precio genuino, sino un pseudo-precio, que no refleja el valor verdadero del respectivo bien o servicio. Eso ocurre con la Fed controlando la tasa de intereses americana, con el Partido Comunista imponiendo durante más de setenta años la misma tarifa para el metro de Moscú, con los congelamientos de precios de los años 80 e inicio de los años 90 en Brasil o con la Petrobras fijando artificialmente el precio de la gasolina y otros derivados de petróleo. Más pronto o más tarde, la realidad acaba castigando la mentira, el castigo dándose bajo la forma de ausencia de coordinación económica, inflación, desempleo y ciclos económicos. Estas enseñanzas de los economistas austríacos, simples y de una lógica impecable, han sido ignorados exactamente porque son simples y conducen a los economistas a una postura humilde en relación a su propio conocimiento, lo que los lleva a ver el intervencionismo como una práctica de «ingeniería social», siempre equivocada y perniciosa.