Democracia, cuando la tiranía inicia su eternización.

  La democracia prácticamente creó todas las dictaduras del mundo. No es algo únicamente de hoy y no es sin ton ni son que buena parte de las peores dictaduras utiliza palabras derivadas de «democracia» en el nombre.

  Por ejemplo, Corea del Norte se llama República Democrática Popular de Corea; Camboya en la época del Pol Pot se llamaba Kampuchea Democrática; Alemania Oriental se llamaba República Democrática de Alemania, y Laos se llama República Democrática Popular Lau.

  En suma, generalmente un país con alguna alusión a la democracia en el nombre está muy lejos de ser un país libre.

  La palabra democracia es engañosa. No nos garantiza la libertad ni la protección de nuestros «derechos». Por el contrario, es quien va a sepultarlos completamente.

  No es necesario volver la vista atrás muy lejos para percibirlo. La elección de la mayoría o la elección de aquellos que más votos obtuvieron nunca fue el medio más eficiente de garantizar los derechos de los individuos en una sociedad. Colocar en las manos de una población la elección de un gobernante no es muy diferente a que un grupo de esclavos escoja a su capataz.[i]

  ¿Qué sucede exactamente cuando tenemos una democracia? Nada más que la violación, ahora legalizada, del derecho a la propiedad privada llevada a cabo por una mayoría sobre una minoría. Una parte de la población querrá que la otra pague por sus estudios, sus tratamientos médicos, su seguridad, sus transportes, sus subsidios, su asistencia, etc.

  Como explicó Hans-Hermann Hoppe:

Dado que el hombre es cómo es, en todas las sociedades existen personas que codician la propiedad de otros. […]

Cuando la entrada en el aparato gubernamental es libre, cualquiera puede expresar abiertamente su deseo por la propiedad ajena. Lo que antes era considerado inmoral y era adecuadamente suprimido, ahora pasa a ser considerado un sentimiento legítimo. Todos pueden ahora codiciar abiertamente la propiedad de otros en nombre de la democracia; y todos pueden actuar de acuerdo con ese deseo por la propiedad ajena, siempre que hayan conseguido entrar en el gobierno. Así, en una democracia, cualquiera puede convertirse legalmente en una amenaza.

Consecuentemente, bajo condiciones democráticas, el popular – aunque inmoral y anti-social – deseo por la propiedad de otro hombre es sistemáticamente fortalecido. Toda exigencia pasa a ser legítima, siempre que sea proclamada públicamente. En nombre de la «libertad de expresión», todos son libres para exigir la toma y la consecuente redistribución de la propiedad ajena. Todo puede ser dicho y reivindicado, y todo pasa a ser de todos. Ni aún el más aparentemente seguro derecho de propiedad está exento de las demandas redistributivas.

Todavía peor: en el transcurso de las elecciones masivas, aquellos miembros de la sociedad con poca o ninguna inhibición en relación a la confiscación de la propiedad de terceros – o sea, amorales vulgares que poseen enorme talento para conseguir una turba de seguidores adeptos de demandas populares moralmente desinhibidas y mutuamente incompatibles (demagogos eficientes) – tendrán las mayores oportunidades de entrar en el aparato gubernamental y ascender hasta el tope de la línea de mando. De ahí, una situación mala se vuelve aún peor.

  Eso explica el porqué de que los partidos declarados de izquierda hayan obtenido éxito en las elecciones. La bandera de la izquierda siempre fue esa y los partidos que se dicen de «derecha» acaban abrazando buena parte de los programas de la izquierda para conseguir votos.

  La prueba de eso es que no son raros los derechistas que hoy adoptan las propuestas de F.A. Hayek y Milton Friedman sólo para eso.[ii]

  La crisis amiga.

  ¿Qué sucede hoy día?

  No es un escenario muy diferente del que ocurrió después del crash de 1929 y la consecuente Gran Depresión. Las crisis siempre hacen que muchas personas se convenzan de que las políticas autoritarias, las medidas anti-mercado y la confiscación de las propiedades privadas son la solución. Las crisis siempre se prologan sospechosamente y no sería sorprendente si fuera a propósito.

  Sin embargo, no hay como probarlo, aunque se pueda mostrar premisas que apuntalen tal sospecha. La población está instruida para cobrar algo del gobierno y siempre observa a los que tienen más éxito con un aire de envidia creyendo que deben obligatoriamente colaborar más con la «sociedad».

  Cuando ocurre una crisis económica los más pobres siempre son los más afectados, y, al ver a los más ricos menos alcanzados y despidiendo a sus empleados, la izquierda acaba aprovechándose de la situación.

  No es difícil entender la estrategia de la izquierda. De entrada, en cualquier sociedad, los más ricos suponen una minoría numérica por ser los empleadores de los más pobres, que son la mayoría. Basta con generar una crisis. Pero, ¿cómo generarla?

  El estado tiene un arma para eso: el monopolio de la moneda. Dado que el dinero representa la mitad de toda transacción económica, cualquier manipulación del dinero puede generar crisis. Y, con el monopolio sobre la moneda garantizado, el gobierno tiene el control virtual de la economía.

  Vamos a suponer que el gobierno genera una crisis de inflación: la inflación no es más que una expansión monetaria – o sea, un aumento de la cantidad de dinero. El gobierno no puede simplemente distribuir el dinero a la población, pero puede colocar ese dinero en la economía utilizando el sistema bancario – que concederá préstamos a personas y empresas – o incurriendo en déficits presupuestarios que también son financiados por préstamos bancarios.

  Con ese aumento de la oferta monetaria, el valor de cada unidad monetaria cae, y los precios y costes suben. Quién percibe eso es quién oferta el bien, el empresario, el empleador, el capitalista. Al percibir el aumento de la oferta monetaria, los empresarios aumentan el precio de los productos que ofertan para evitar la escasez de los mismos. En ese momento el gobierno acaba colocando a toda la población contra los empresarios, acusándolos de «abusadores», «ladrones» y otros adjetivos poco elogiosos.

  Eso sucedió en Brasil durante la gestión del presidente José Sarney con el fracasado Plan Cruzado, cuando fueron convocados los «fiscales del Sarney». Los fiscales del Sarney (los propios clientes) básicamente denunciaban los aumentos «abusivos» de precios y la Sunab (Superintendencia Nacional del Abastecimiento) se encargaba de multar y cerrar tiendas y llamar a la policía para detener a los operarios y los gerentes.

  La Brasil de la Era Sarney en poco difería de la Venezuela de Chávez y Maduro, a pesar de que Venezuela afronte una dictadura mucho más longeva.

  Otra forma de generar una crisis es a través de la expansión de crédito. Mises observó que, con el surgimiento de los bancos, surgía la expansión del crédito sin un equivalente aumento del ahorro, pues los bancos pueden simplemente crear dinero de la nada.

  Mises afirmó que el «padre de la expansión de crédito fue el banquero y no la autoridad pública», y continuó:

Hoy, sin embargo, la expansión de crédito es exclusivamente una práctica gubernamental. La participación de los bancos y banqueros privados en la emisión de medios fiduciarios [el dinero creado por los bancos] es subalterna y limitada a aspectos técnicos. Son los gobiernos los que comandan el funcionamiento de la actividad bancaria; son ellos los que determinan las circunstancias de todas las operaciones crediticias.

Mientras los bancos privados, en el mercado no obstruido, tienen su capacidad de expandir el crédito estrictamente limitada, los gobiernos buscan expandir al máximo el volumen de créditos inyectados en la economía. La expansión del crédito es la principal herramienta del gobierno en su lucha contra la economía de mercado. Es la cornucopia que traerá la abundancia de bienes de capital, que disminuirá los tipos de interés o que los abolirá de un golpe, que financiará el desperdicio de los gastos públicos, que expropiará a los capitalistas, que conseguirá promover el boom permanente y hacer prósperas a todas las personas.

  La Gran Depresión surgió con la expansión de crédito más otras medidas inflacionarias, y se agravó aún más con diversos programas intervencionistas que dificultaron la apertura de empresas y la creación de empleos, lo que, como consecuencia, provocó el cierre de diversas empresas y despidos masivos.

  Los intelectuales y el control de las masas.

  Ahora, vamos a otra cuestión: ¿cómo convencer a la multitud de incautos y desavisados?

  Vamos a pensar en un ambiente en que el pueblo tenga necesariamente que leer e informarse. El estado no quiere que las personas absorban los valores de la familia y de escuelas independientes, no licenciadas por los burócratas. Por tanto, la primera cosa que hará es obligar a los padres a colocar a sus hijos en la escuela pública y prohibirles trabajar.

  La segunda fase es escoger el material que será estudiado.

  Obviamente no habrá tanto adoctrinamiento en matemáticas y en ciencias naturales y exactas, pero habrá mucho en los estudios sociales y en historia. Los autores escogidos serán los que más defienden el estado. Generalmente serán los que presentan una fuerte influencia de Marx y sus seguidores (Lukács, Adorno, Marcuse, Gramsci, etc.) y los ilustrados franceses (principalmente Montesquieu, Rousseau, Robespierre, etc.) y los influidos por ellos (Deleuze y Foucault).

  El adoctrinamiento en las instituciones de enseñanza es imprescindible, pero no es suficiente. Es necesario controlar los medios: televisión, periódicos, revistas, radio, internet etc.

  En dictaduras declaradas, como en la China de Mao, nacionalizar todos los vehículos de comunicación fue suficiente, así como en Corea del Norte. Sin embargo, en América Latina, como hay democracia, es necesario contar con personas que forman opiniones. Consecuentemente, el estado contrata a los intelectuales.

  El papel del estado es ese: formar intelectuales para diseminar opiniones favorables a él. Probar que la mejor solución para un problema que jamás existiría sin el estado es el propio estado. Rothbard explica:

Es evidente por qué el estado necesita de los intelectuales; pero no es algo tan evidente por qué los intelectuales necesitan del estado. Puesto de forma simple, podemos afirmar que el sostenimiento del intelectual en el libre mercado nunca es algo garantizado, pues el intelectual tiene que depender de los valores y de las elecciones de sus conciudadanos, y es una característica indeleble de las masas el hecho de que están generalmente desinteresadas en los asuntos intelectuales.

  El estado, por otro lado, está dispuesto a ofrecer a los intelectuales un nicho seguro y permanente en el seno del aparato estatal; y, consecuentemente, un rendimiento correcto y un arsenal de prestigios. Y los intelectuales serán generosamente recompensados por la importante función que ejecutan para los gobernantes del estado, grupo al cual ahora pertenecen.

  A partir de ahí, el pensamiento favorable al estado comienza a estar cada vez más consolidado. El estado patrocina a esos intelectuales para que lo defiendan aunque sea de la manera más refutable y ridícula posible.

  Esos intelectuales hacen verdaderas apologías del crimen, defendiendo el aumento de impuestos, la censura (para defender la «regulación de los medios» usarán diversos tipos de prejuicio, «discurso de odio», «terrorismo electoral» etc.), violaciones de propiedad (expropiación, movimientos terroristas como el Movimiento de los «Trabajadores» Sin-Tierra, etc.) e incluso que a la población se le prohíba garantizar su propia seguridad (desarme civil).

  No dudarán tampoco en mentir, diciendo que el estado soluciona las crisis y que sólo él puede proveer ciertos bienes como hospitales, escuelas y servicio judicial.

  La falsa oposición.

  Cuando se establece el control estatal sobre los medios – que puede ser a base de la fuerza bruta como en Venezuela o en forma de agrado, como son las concesiones en Brasil -, el estado pasa a crear una falsa oposición. Intelectuales que pueden hasta atacar el gobierno del momento, pero siempre de manera absurda. Y, aunque el ataque sea agresivo, aun así se defenderá una forma de estado, y nunca muy diferente del gobierno del momento.

  Crear una oposición para fortalecer la situación no es una idea nueva. El estado siempre consigue fortalecerse aunque sea creando una falsa oposición. Siempre surgirán pequeñas aberraciones que acaban justificando, por parte del gobierno del momento, un medio de fortalecerse en la opinión pública.

  En el caso de un gobierno de izquierda, como sucedió en Brasil, podemos citar los defensores del Régimen Militar, que acaban sirviendo de propaganda negativa, ya que son claros defensores de una supuesta dictadura «derechista», que de derechista no tenía absolutamente nada.

  En un simple párrafo Mises lo explicó bien:

Un movimiento ‘anti-cualquier-cosa’ demuestra una actitud puramente negativa. No tiene la más mínima oportunidad de éxito. Sus críticas acerbas virtualmente promueven el programa que atacan. Las personas deben luchar por algo que desean realizar y no simplemente por evitar un mal, por peor que sea.

  El papel de los libertarios militantes.

  El libertario es aquel que es partidario de la libertad, o sea, defensor del derecho natural a la propiedad privada y, consecuentemente, aquel que condena su violación. Sin embargo, son pocos los que participan de militancias. Al contrario de los militantes de izquierda o derecha, los libertarios no recurren a agresiones y vandalismo. La preferencia siempre será por la militancia académica, con artículos, palestras, publicaciones de libros y financiaciones de proyectos que pueden ayudar a huir de la agresión estatal.

  Podemos decir que el libertario militante utiliza un medio parecido a aquel que usa el estado, pero con diferencias cruciales.

  La primera es que el libertario no usa recursos obtenidos a través de medios criminales. Mientras que el estado siempre financia a sus intelectuales con dinero robado debido a su incapacidad de generar riquezas, los libertarios se financian con el sudor del propio rostro.

  Otra diferencia es que el libertario tiene la realidad a su favor. Apuntar fallos del estado es facilísimo, ya que los intelectuales del estado necesitan inventar estadísticas milagrosas, hacer malabarismo argumentativo o simplemente inventar una mentira que servirá de disculpa. Sin embargo, contra el libertario está el poderoso arsenal de marketing del estado. Y ese arsenal es muy fuerte.

  Aun así, aún con el poderoso marketing estatal – que cuenta con recursos virtualmente infinitos – jugando en contra, el libertarianismo ha crecido mucho. La propia propaganda negativa por parte de la masa de maniobra (los famosos idiotas útiles) ha ayudado.

  El problema es que la financiación de actividades no conectadas a la propaganda negativa aún hace generar muchos estatistas. Pero es visible que, cuando la crisis de un gobierno se hace insostenible, los propios libertarios militantes se han apresurado a apuntar los grotescos fallos que generaron tales crisis. Aún existen los extremo-izquierdistas que creen que la solución es que el gobierno lo controle todo, pero las fracasadas experiencias de gobiernos comunistas denuncian su ignorancia.

  Es cada vez más evidente para los incautos que la libertad es la solución y que sólo una sociedad libre, sin el gobierno robando y con total respeto a la propiedad, es la que genera la prosperidad y la paz. No basta con que la libertad sea un fin. Su defensa debe ser el medio.

[i] Me he inspirado, obviamente, en el gran anarco-individualista Lysander Spooner que escribió: «A man is none the less a slave because he is allowed to choose a new master once in a term of years.» («Un hombre no es menos esclavo sólo porque puede escoger a un nuevo amo en cada mandato.» Traducción libre). Lysander Spooner, No Treason: The Constitution of No Authority (Boston, 1867), p. 24

[ii] Hayek y Friedman en realidad siempre fueron social-demócratas. El Mismo Mises les llamó a ambos y a toda la Sociedad Mont Pelerin «una banda de socialistas».