En mi campus universitario el mayor y más activo club estudiantil era la “Unión Revolucionaria de Estudiantes” (que sigue muy activo), también conocido como la cofradía de los alumnos marxistas.

  Aunque en aquella época yo ya no estaba de acuerdo con las ideas socialistas, siempre me llamó la atención una cosa: todos aquellos alumnos parecían profundamente infelices.

  Siempre entraban en las clases con miradas rabiosas y vivían constantemente rezongando y quejándose de todo y de todos. Y las reclamaciones no se limitaban a las “maldades del capitalismo”, sino también a infinitas frustraciones e injusticias que aparentemente dominaban sus vidas personales y académicas.

  Siempre he intentado entender si había alguna conexión entre la disfunción de sus vidas y su ideología socialista.

  Para aquellos jóvenes revolucionarios cada frustración de sus vidas era culpa de otra persona. Si no recibían las notas que juraban merecer, la culpa era de algún profesor burgués. Si no recibían propuestas de empleo que considerasen su profundo intelecto, era obvio que el sistema capitalista los estaba persiguiendo y oprimiendo. La tendencia siempre era la de apuntar a las “clases enemigas” como las grandes responsables no solo por todas las “maldades sociales” sino también por sus frustraciones y problemas personales.

  Al transferir la culpa a terceros evitaban la responsabilidad por sus propios problemas. Desperdiciaban todo su tiempo y energía en reclamaciones, proyectando y ahogándose en su autocompasión. Y lo hacían buscando solidaridad y reparación, en lugar de, simplemente, asumir el control de sus vidas e intentar resolver sus problemas. Como resultado, sus frustraciones se iban acumulando.

  Esa actitud también les privaba de uno de los grandes placeres de la vida: experimentar la alegría que viene de la empatía que sentimos al ver la felicidad ajena. De acuerdo a un juego de suma cero característico de su mentalidad marxista, la prosperidad de otros ocurría a costa de la suya. En consecuencia, sentían resentimiento hacia todas las personas que tenían más éxito que ellos. Se preocupaban tanto por empujar a las personas hacia abajo y arrastrarlas a su propia infelicidad que acababan sin ninguna energía para intentar mejorar.

  Si aquellos camaradas estudiantes míos intentasen imponer el socialismo no sería necesario recurrir a ninguna teoría económica para deducir que causarían una profunda y amplia miseria (económica, social y mental). Y lo que es realmente irónico es que aparentemente no percibían que la gran miseria de sus vidas estaba siendo causada por la propia idea del socialismo, la cual residía en sus mentes.

  Las raíces psicológicas del socialismo.

  Y, a pesar de todo eso, y no obstante el hecho de que toda lógica y prueba económica mostraba que el liberalismo clásico y el capitalismo enriquecen y liberan a la sociedad al tiempo que el socialismo esclaviza y empobrece, aquellos jóvenes socialistas se mantenían, aun así, firmemente convencidos y apegados a su ideología. ¿Por qué?

  De acuerdo a Ludwig von Mises, no se trata simplemente de una cuestión de ignorancia económica o de un error intelectual generalizado. Más bien se trata de una cuestión psicológica. Fue más allá y argumentó que las raíces del socialismo están en la neurosis.

La raíz de la oposición al liberalismo no puede comprenderse recurriendo al método de la razón. Tal oposición no se origina en la razón, sino en una actitud mental patológica – es decir, el resentimiento y una condición neurasténica que se podría llamar el “complejo de Fourier”, así denominado en razón del socialista del mismo nombre.

  El armazón mental del socialismo se puede resumir en una palabra: resentimiento. Como escribió Mises:

El resentimiento ocurre cuando alguien odia tanto a una persona por encontrarse en circunstancias más favorables que está incluso dispuesto a incurrir en pesadas pérdidas si, al menos, puede perjudicar a la persona odiada. Muchos de los que atacan al capitalismo saben muy bien que su situación en cualquier otro sistema económico sería menos favorable. No obstante, con pleno conocimiento de este hecho, defienden una reforma, esto es, el socialismo, porque ansían que el rico, a quien envidian, también sufra con ello.

  El psicólogo Jordan B. Peterson caracterizó el socialismo como algo conducido por el resentimiento y que promueve el resentimiento. En un panel, dijo sobre el marxismo:

El lado oscuro de todo ello es la afirmación de que todos aquellos que tienen más que uno lo consiguieron porque se lo han robado a uno. Y esa afirmación tiene realmente un gran atractivo ante el instinto de Caín del espíritu humano. Cualquiera que tenga más que yo sólo puede haberlo conseguido de manera corrupta y eso justifica no sólo mi envidia sino también todas mis acciones para intentar nivelar el “juego”, por así decirlo, y encima parecer virtuoso al hacerlo.

  Hay una creciente filosofía del resentimiento que creo que está siendo dirigida por un patológico etos anti-humano.

  Aquellos que se perdieron en una espiral descendiente de resentimiento prefieren fracasar a tener éxito si eso significase que sus enemigos de clase van a sufrir también. La frase “el sufrimiento adora la compañía” es particularmente aplicable a la mentalidad socialista.

  Como explicó Mises, las personas frecuentemente recurren al resentimiento y a la búsqueda de chivos expiatorios porque eso ofrece consuelo por más efímero que sea.

En el caso del fracasado social, que no es nuestra preocupación aquí, el consuelo consiste en creer que su incapacidad para alcanzar las más sublimes metas a las que aspira no debe atribuirse a su propia incapacidad, sino a las deficiencias del orden social. El descontento espera que el derrocamiento de este orden social le ofrezca el éxito que el sistema existente le ha negado.

  Es por esa razón que Mises dice que “para el hombre moderno, el socialismo se ha convertido en un elixir contra la adversidad terrenal”.

  Es esta actitud compulsiva, insalubre y perniciosa la que ofusca la mente del “guerrero de clases”, convirtiéndolo en impermeable a nuevas ideas. Como escribió Mises, el socialismo frecuentemente se reduce a un mecanismo de defensa contra un complejo de inferioridad:

El neurótico se aferra a su “mentira salvadora” y, cuando tiene que escoger entre renunciar a ella o a la lógica, prefiere sacrificar la lógica. La vida sería insoportable para él si no fuera por el consuelo que encuentra en la idea del socialismo. Esa idea le dice que no es él, sino el mundo, el que falló al haberle hecho fracasar. Esta convicción lo rescata de su decrépita autoconfianza y lo libera del tormento del sentimiento de inferioridad.

  Sólo usted puede alterar sus circunstancias.

  Por suerte, ese tipo de neurosis puede curarse, pero requiere un gran esfuerzo por parte del individuo. Como escribió Mises:

No se puede mandar a todo el mundo que sufre el complejo de Fourier a un tratamiento psicoanalítico; el número de pacientes es demasiado elevado. No hay remedio para este caso sino el tratamiento del mal por el propio paciente.

  Y el punto de partida para llevar a cabo esta auto-terapia es que cada individuo acepte el hecho de que el resentimiento, la envidia y la búsqueda de culpables sólo le traerá frustración, estancamiento y sufrimiento innecesario.

  Todos somos responsables por la mejora de nuestras propias vidas, por más difícil y lenta que sea esa tarea. Recurro de nuevo al renombrado profesor de psicología Jordan Peterson, que construyó su carrera y su reconocimiento mayoritariamente por ayudar a individuos a abandonar el resentimiento y la autocompasión y a asumir la responsabilidad por sus propias vidas. Argumenta que, mucho mejor que la agitación política. Ofrecer ese tipo de ayuda es la mejor manera de ayudar a los ideólogos a crecer, madurar y abandonar sus tendencias neuróticas que los llevan a apegarse a ideas socialistas y a otros credos tóxicos.

  En una sesión de preguntas y respuestas, aconsejó decir lo siguiente a tales personas:

Nos gustaría que pudiera prosperar como individuo. Abandone su mentalidad basada en cultos colectivistas. Salga de las sombras, de las demoníacas sombras de su posesión ideológica, de un paso en dirección a la luz y conviértase en una persona iluminada y plenamente desarrollada.

  El antídoto tanto para el socialismo como para el resentimiento derrotista es la reflexión individual y la acción. Si la persona hace el esfuerzo de verse a sí misma e intentar mejorar, descubrirá que su resentimiento desaparece, su autosuficiencia aumenta y su vida mejora.

  Y el abandono de las ideas socialistas será un excelente efecto colateral de todo ello.