Es común oír hablar sobre la situación económica actual en términos negativos. Se habla de la brecha entre ricos y pobres, sobre la corrupción, etc. Normalmente, se tiende a asignar el origen de esos males y muchos otros al capitalismo. Se cree que el Estado debería intervenir más en la economía para subsanarlos. Es decir, que los perjuicios que asolan al mundo vienen por la parte del capitalismo y no por la parte del Estado. Es por culpa del capitalismo salvaje que vivimos en estas condiciones. En este artículo trataremos algunos de los daños que nos acechan para dilucidar si provienen del capitalismo o de la influencia estatal.

  Lo primero que hay que recalcar es que no vivimos en un capitalismo salvaje. Y esto no es una cuestión de ideas, sino de hechos. Cabe dudar o discutir si tal organización social es económicamente perjudicial o beneficiosa, pero no sería lícito negar que no vivimos en un capitalismo salvaje, puesto que estaríamos negando los hechos. Si definimos capitalismo salvaje, como una configuración en la que existen cero interferencias en la sociedad por parte del gobierno, lo cual equivaldría a la inexistencia de este último, es claro que éste no es nuestro caso. Actualmente los dirigentes dictan las leyes, lo que está permitido consumir y lo que no, lo que se puede fabricar y lo que no, cómo hay que elaborar los productos, el tamaño de las factorías, dónde es legal que se instalen, cuándo están autorizados a abrir los comercios, con qué horario, la jornada de sus trabajadores, sus condiciones laborales, en qué circunstancias es legal contratarlos y despedirlos, qué distancia tiene que haber entre un comercio y otro, los precios a los que es lícito vender los enseres, la forma en que debemos anunciar o publicitar los negocios, e incluso el idioma en el que tienen que estar escritos los letreros, y por si esto fuese poco, dictan la utilización forzosa de un papel moneda fiduciario, y modifican el tipo de interés según su parecer. Como digo, es plausible discutir si todas esas directrices son muchas o pocas, pero no el hecho de que vivimos en una sociedad intervenida por el Estado.

  A este sistema mixto de capitalismo y socialismo suele denominársele capitalismo de Estado, sugiriéndose la idea de una economía libre, pero dirigida centralizadamente. A mi parecer, el nombre es engañoso, pues nos induce a pensar que libre mercado y Estado pueden ser compatibles. Un libre mercado intervenido sencillamente no es un libre mercado. En el anarcocapitalismo no existiría ningún gobierno, sería una comunidad basada en contratos libres y voluntarios, que respeta el principio de no agresión, y la propiedad privada, comenzando por la propiedad del propio cuerpo de cada individuo.

  Los defectos que se observan en nuestra población suelen asociarse al librecambismo, esto es, que si la economía se aproximase más al capitalismo libre, empeoraría. Así suele apuntarse a la corrupción como uno de los males endémicos de nuestro tiempo. Sin embargo, ésta solo es posible en la medida en que existan cargos públicos a los que sobornar. De otro modo, cabría que una gran empresa le ofreciese una retribución a otra más pequeña para que no le hiciese competencia, o intentar comprarla, pero no obligarle a aceptar el trato. Si la compañía de menor tamaño aceptase, sería un acuerdo voluntario, y en caso de que no, no existiría un régimen político con la capacidad de fabricar leyes a su antojo y con la fuerza coercitiva suficiente, a la que sobornar. Además, solo las grandes empresas pueden permitirse gastar una suma elevada de dinero en grupos de presión, consiguiendo leyes que les favorezcan en detrimento de las pequeñas empresas. Esto tiene que ver con otra de las características del capitalismo de Estado que es la aparición de una oligarquía formada por grandes empresarios, banqueros y gobernantes. En cambio, si no hay gobierno, este término ya desaparecería de la ecuación, y en cuanto a los grandes empresarios, solo llegarían a tal condición aquellos que mejor satisfagan las necesidades de los consumidores, y no aquellos que se limiten a presionar a la administración para que les concedan privilegios como la eliminación de la competencia, que pagaremos todos con productos más caros. Finalmente, la banca, al no existir reserva fraccionaria, concesión de los gobernantes por la que ambos se benefician, sería un negocio como otro cualquiera. En efecto, al no poder recurrir a la estafa piramidal, y tener que dedicarse a realizar la guardia y custodia de los depósitos, o a realizar la labor de intermediarios prestatarios, dicha actividad no reportaría unos ingresos tan extraordinarios como en la actualidad, siendo un negocio con unas ganancias como cualquier otro. Asimismo, tampoco les sería factible influir en los funcionarios debido a los préstamos que le conceden. En una sociedad puramente capitalista, sólo los que mejor sepan satisfacer las demandas de los ciudadanos lograrán alcanzar la riqueza, los demás sencillamente quebrarán. Con lo que dicha oligarquía es típica del capitalismo de Estado, y no del libre mercado.

  En cuanto a los ciclos económicos, tampoco éstos son fruto del capitalismo, sino de la acción del gobierno. La manipulación de los tipos de interés y la reserva fraccionaria distorsionan la información por la que se rigen los inversores, generando un desajuste entre las preferencias de los consumidores y las inversiones de los empresarios, el cual generará una burbuja que inevitablemente terminará en una recesión económica. Lo natural en un mundo libre es un aumento del nivel de vida lento y continuo, si se da el ahorro necesario, y no una sucesión de períodos caracterizados por un crecimiento explosivo, alternándose con otros de abruptas caídas.

  Si analizamos el nivel de vida, difícilmente va a aumentar éste con un régimen político que nos extrae entre el 30% y el 40% de nuestra renta. De igual modo, tampoco mejorará con una intervención superior, lo cual supondría un gobierno con un tamaño más grande, y por tanto, más impuestos. Por no hablar del daño que provocan todas esas interferencias vía distorsión de la información disponible en el mercado, y el entorpecimiento del libre desarrollo de la empresarialidad. En cambio, una economía libre permite el típico aumento del nivel de vida que hace posible pasar de una situación en la que los trabajadores realizan su labor en unas condiciones insalubres y leoninas, con un horario interminable, para ganar únicamente lo suficiente para subsistir, a otra, en la que tienen unos contratos mucho mejores, y pueden conseguir, con un sueldo, mantener a su familia, tener electrodomésticos, aparatos tecnológicos, coche, e incluso disfrutar de tiempo de ocio en el que poder, por ejemplo, irse de vacaciones de vez en cuando. Obviamente esta mejora se conseguirá en dos o tres generaciones. Sería de desear que fuese posible lograrlo de forma instantánea, pero desgraciadamente ésta es la forma menos lenta de conseguirlo.

  En cuanto a la libertad, es evidente que los impuestos constituyen una vulneración de la misma, al igual que la imposición coercitiva de leyes arbitrarias. En contraposición con el respeto de la libertad individual que se daría en una comunidad basada en contratos libres y voluntarios.

  Lo primero que nos suele venir a la mente al imaginarnos un mundo sin gobierno, es el caos. No obstante, es del libre actuar humano de dónde surge el orden. En efecto, las instituciones sociales, que son normas pautadas de comportamiento que permiten que alcancemos más fácilmente nuestros objetivos, sean cuales sean éstos, como el derecho, el lenguaje o el dinero, aparecen de forma espontánea y se desarrollan con la aportación de todos los individuos que participan en la sociedad. Instituciones que la administración intenta boicotear en su propio beneficio, imponiendo el derecho positivo (que básicamente quiere decir que es legal aquello que dicten los burócratas, pudiendo dictar lo que le venga en gana, y como es natural dictarán leyes que les beneficien), y el papel moneda de curso forzoso (con el que pueden fabricar el dinero que necesiten a costa de perjudicar a todo el resto de la población), etc. De esta forma, se crea pobreza y se destruye el orden que esas normas pautadas de comportamiento generan.

  También podemos sugerir que una sociedad necesita un gobierno que la dirija. Sin embargo, no veo por qué tenemos que dirigirnos hacia ningún sitio, ni por qué tenemos que orientarnos todos en pos del mismo objetivo. Además, tendríamos el problema de quién o quiénes van a ser los encargados de determinar la dirección que debemos tomar. En una población de verdadero capitalismo salvaje, o anarcocapitalista, cada persona es libre de orientarse hacia los fines que desee, siempre que respete los derechos de los demás.