ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LOS ANARCOCAPITALISTAS, UNA RÉPLICA A F. CAPELLA 

– Daniel R.Carreiro –

  Francisco Capella escribió, no hace mucho, un artículo titulado Más problemas del anarcocapitalismo, tras asistir a un debate en el que participaron Juan Ramón Rallo y Miguel Anxo Bastos.

  El artículo de Capella presenta una cierta falta de claridad sobre el objeto de su análisis, pues no hace mucho énfasis en la distinción entre el anarcocapitalismo como teoría política o tradición de pensamiento y el anarcocapitalismo como movimiento con seguidores. De esta manera, los primeros once párrafos de su artículo consisten en una acumulación de adjetivos que describen, según Capella, a un alto porcentaje de anarcocapitalistas. Así, según el autor, muchos de ellos son fanáticos, ingenuos, integristas, fundamentalistas, no atienden a razones, no escuchan otros argumentos, etc.

  Estos once párrafos son completamente irrelevantes, desde el punto de vista intelectual, en lo que se refiere al anarcocapitalismo como teoría política. En el mejor de los casos (que es el que nosotros creemos que coincide con la intención del autor) esa descripción intenta ser un ejercicio de análisis sociológico del movimiento libertario. En este artículo plantearemos una serie de reflexiones sobre ese análisis sociológico que realiza Francisco Capella.

  En primer lugar tenemos que decir que estos análisis sociológicos del movimiento libertario son muy necesarios y pueden ser muy valiosos. Pueden ayudar a clarificar ideas, identificar problemas y corregir actitudes. De hecho, Capella no hace sino seguir la estela de autores anarcocapitalistas que escribieron mucho antes que él ejercicios semejantes (ver The Sociolology of the Ayn Rand Cult, de Murray Rothbard o A Realistic Libertarianism, de Hoppe, por ejemplo).

  Pero también hay que apuntar que, sin duda debido a las limitaciones derivadas de la extensión del artículo, el análisis sociológico de Capella parece más un conjunto de apreciaciones subjetivas y emocionales basadas en la experiencia personal del autor que un estudio sofisticado con pruebas y argumentos sólidos. Por ejemplo, Capella afirma que “un alto porcentaje” de seguidores del anarcocapitalismo son fanáticos e ingenuos, pero nunca explica a qué grupo concreto de seguidores del anarcocapitalismo se refiere: ¿Está hablando de aquellos que él conoce personalmente o de todos ellos en general? ¿Se circunscribe a su experiencia personal en su ciudad o está hablando de los anarcocapitalistas de todo el mundo? ¿Calculó el porcentaje de anarcocapitalistas fanáticos que existen o esa expresión es solo una forma de hablar?

  Además Capella incurre en contradicciones muy extrañas a la hora de explicar sus apreciaciones subjetivas. Al principio de su artículo Capella dice que:

  Independientemente de la corrección o validez de sus ideas, el anarcocapitalismo es una teoría política (o antipolítica) extrema, muy minoritaria, y con un alto porcentaje de fanáticos e ingenuos entre sus seguidores.

  Pero las razones que ofrece para afirmar que sus seguidores son fanáticos e ingenuos son las siguientes:

  Además de fanáticos muy entusiasmados, muchos anarcocapitalistas me parecen ingenuos porque no ven los problemas que tienen sus ideas y no se dan cuenta de la debilidad de sus argumentos.

  Es decir que, según Capella, independientemente de la validez de sus ideas, el anarcocapitalismo tiene seguidores fanáticos e ingenuos. Y son fanáticos e ingenuos porque no se dan cuenta de la falta de validez de sus ideas… Parece difícil que alguien acuse a los seguidores del anarcocapitalismo de ser fanáticos e ingenuos, independientemente de la validez de sus ideas, cuando luego afirma que son fanáticos e ingenuos por la invalidez de las mismas. Podríamos decir que, independientemente de la validez de las ideas de Capella sobre el fanatismo de los anarcocapitalistas, la habilidad de este autor para establecer argumentos lógicos sólidos presenta, en este caso en particular, serias deficiencias.

  Otras de sus reflexiones son un tanto confusas a la hora de identificar cuál es exactamente el problema del anarcocapitalismo del que está hablando. Por ejemplo cuando dice lo siguiente:

  La eliminación total del Estado como solución a los problemas sociales es una propuesta claramente radical, de máximos, no precisamente moderada: es una idea para rebeldes inconformistas, o para quienes buscan llamar la atención, y no es apta para grandes masas de la población que quizás prefieren refugiarse en posiciones más centradas, normales y populares, quizás sin pensar mucho al respecto.

  Este párrafo plantea ciertas dudas. ¿Considera el autor que la propuesta radical del anarcocapitalismo es un problema porque la mayor parte de la gente prefiere posiciones más centradas y populares? Si el autor se refiere simplemente a que es más difícil convencer a la gente de determinadas ideas que, en un principio, son minoritarias tiene razón. Pero entonces su comentario es una trivialidad sin mucha importancia: todo el mundo sabe que es más fácil (y más cómodo) defender ideas que gozan de aceptación general que aquellas que no la tienen. Cuando la esclavitud era aceptada por la mayoría de la población era más difícil convencer a la gente de que debía ser eliminada totalmente. La abolición total de la esclavitud era una propuesta radical y de máximos que no era aceptada por grandes masas de la población. La legitimidad de la esclavitud era considerada, por el contrario, una posición centrada, normal y popular. Pero ninguna corriente de pensamiento o movimiento de ideas tiene un problema por ser, en principio, minoritaria. En todo caso podría tener un problema si pretendiese seguir siendo siempre minoritaria. Pero, precisamente, muchos de los autores y defensores del anarcocapitalismo no comparten la mentalidad derrotista de Capella; no creen que sus ideas no sean “aptas para grandes masas de la población” de manera ineluctable sino que consideran que es necesario investigar, analizar, debatir, explicar y convencer para llegar a conseguir, en el futuro, un cambio de opinión y que sus ideas sean compartidas por un número cada vez mayor de gente.

  ¿Piensa el autor que ese carácter actualmente minoritario y radical es algo exclusivo del anarcocapitalismo y no de otras teorías políticas? Suponemos que no. Suponemos que Capella es perfectamente consciente de que, por ejemplo, la propuesta del Estado del 5% que defiende Rallo es, actualmente, una propuesta minoritaria y radical que no cuenta con el apoyo de “grandes masas de la población” y que difícilmente puede ser considerada una posición “centrada, normal y popular”. Y las propuestas de liberalización de la sanidad, la educación o las pensiones que realizan muchos liberales son, todavía, consideradas radicales por una gran parte de la población, que prefiere “refugiarse en posiciones más centradas, normales y populares”, como las socialdemócratas.

  ¿Está defendiendo, entonces, el autor la necesidad de adoptar propuestas más moderadas y que puedan conseguir más fácilmente el apoyo de grandes masas de la población? Esperamos que no. Porque si establece como criterio estratégico la adopción de propuestas que sean fácilmente aceptadas por grandes masas de la población y, si tenemos en cuenta que la mayoría de las propuestas de los defensores del mercado libre siguen siendo minoritarias entre la opinión pública, entonces la opción más sencilla y con más opciones de triunfo sería proponer la defensa del statu quo. Esto significaría, en definitiva, la propuesta de abandonar cualquier tipo de liberalismo con la esperanza de conseguir algún triunfo rápido en la opinión pública. Esto puede ser un buen consejo para aquellos que simplemente anhelan algún tipo de reconocimiento social pero difícilmente puede servir de orientación para aquellos que defienden un determinado conjunto de ideas con el objetivo de conseguir una sociedad más justa y próspera. Suponemos que Capella estaría de acuerdo con nosotros en que es mucho más razonable estudiar primero la validez de tus ideas y la solidez de tus propuestas y después defenderlas con convicción y ahínco con el objetivo de que lleguen a convertirse, algún día, en la posición mayoritaria.

  De la misma forma también resultan peculiares las reflexiones de Capella en relación con el sentido del humor:

  La mención del “Estado pequeñito” del minarquismo es objeto de humor, que puede ser muy sano (sobre todo con el acento gallego y la voz y los gestos de una persona brillante y bondadosa como Bastos), pero también es peligroso porque esto es un asunto muy serio y las risas y las burlas pueden usarse para no pensar y no contestar a las críticas: una de las funciones evolutivas del humor y la burla es cohesionar a los miembros de un grupo contra otros que son enemigos y no merecen respeto o miedo.

  En primer lugar es extraña la capacidad del autor para sostener a la vez posiciones contradictorias: el humor puede ser muy sano pero también es peligroso. Teniendo en cuenta que sólo cita el ejemplo de Bastos, ¿qué quiere decir Capella? Porque si en el caso de Bastos el humor es muy sano ¿a cuento de qué nos alerta después de los supuestos peligros del humor? Y si en el caso de Bastos (que es el único autor que cita) el humor es muy peligroso y se emplea para no pensar y no responder a las críticas ¿cómo puede ser a la vez sano?

  Pero en segundo lugar este párrafo es maravilloso por su capacidad de innovación. Capella podría haber conseguido algo inédito. Podría ser la primera vez en la historia de la humanidad que alguien afirma de un determinado grupo su carácter fanático, dogmático, fundamentalista…y su gran sentido del humor. Uno, en principio, pensaría que el sentido del humor no suele acompañar a los fanáticos sino que, más bien, suelen ser estos los que consideran la risa y el humor como algo peligroso. Por ejemplo, tanto los nazis como los soviéticos, prohibieron los chistes, las sátiras y las manifestaciones de humor porque resultaban peligrosos para los intereses de sus respectivas causas. Pero, además y curiosamente, la sospecha de Capella contra el sentido del humor lo acerca mucho a los objetivistas más dogmáticos que critica. Así, Rothbard, que también poseía un gran sentido del humor, destacaba de ellos que:

  El ingenio y el humor […] estaban prohibidos en el movimiento randiano. La justificación racional era que el humor demuestra que uno ‘no se toma en serio sus valores’. La razón real, por supuesto, era que ningún culto puede soportar el efecto penetrante y aleccionador proporcionado por el humor.

  Pero Capella no sólo presenta un análisis sociológico bastante peculiar sobre el sentido del humor, también realiza algunas reflexiones sobre la actitud de los pensadores que resultan muy perturbadoras. Así, según Capella:

  Es normal que muchos pensadores vean desde fuera al anarcocapitalismo y al objetivismo como enfermedades juveniles propias de adolescentes inmaduros (y que pueden superarse con la edad y la reflexión), ya que muchos de sus defensores se comportan como tales.

  Desde mi punto de vista es extraordinariamente preocupante que tal cosa pueda parecer normal. Un “pensador” debería establecer su opinión sobre un determinado conjunto de ideas a través del estudio sistemático y de la reflexión crítica de las mismas. Uno estaría dispuesto a arriesgarse a afirmar que la función de un “pensador” es pensar. Y para pensar sobre sobre un determinado conjunto de ideas lo más razonable es acudir a las obras originales de los autores que las desarrollaron para estudiarlas en profundidad. Así, incluso aunque Capella tuviese razón sobre el comportamiento efectivo de algunos defensores del anarcocapitalismo, difícilmente puede apelar a la superación de tales problemas mediante la reflexión cuando considera normal descartar un conjunto de ideas, no mediante el ejercicio de la razón y del pensamiento crítico, sino atendiendo al comportamiento de alguno de sus seguidores.

  En cualquier caso la experiencia personal de Capella me produce una gran conmiseración por la mala fortuna que ha experimentado el autor. Sobre todo porque mi experiencia personal y subjetiva es radicalmente diferente de la suya. Yo tuve la gran fortuna de asistir, en la universidad de Santiago de Compostela, a las clases del profesor Bastos y, desde el primer día, descubrí en ellas a un profesor brillante, apasionado y divertido que se preocupaba sinceramente por sus alumnos y que les motivaba continuamente a estudiar, investigar, argumentar y debatir. Un profesor que recomendaba leer a los autores de todas las corrientes y tradiciones de pensamiento y a razonar sistemáticamente sobre lo que decían. Un profesor que convencía a sus alumnos (muchos de ellos provenientes de ideologías muy dispares) por la fuerza de sus argumentos y el profundo caudal de su sabiduría. Y, según mi experiencia personal, el grupo de alumnos que se formó en torno a su magisterio intenta, en la humilde medida de sus posibilidades y con todas sus limitaciones, seguir su ejemplo y discutir, analizar y debatir continuamente los principios del anarcocapitalismo, atendiendo a la fuerza de las ideas y de los argumentos. Por eso me resultaron extrañas esas reflexiones tan generales sobre el fanatismo de los anarcocapitalistas. Porque, aunque seguramente haya fanáticos y dogmáticos en el anarcocapitalismo (como en cualquier otra corriente de pensamiento) también es cierto que hay muchos otros que defienden ese conjunto de ideas con humildad, diligencia y estudio. Seguro que, con un poco de esfuerzo y una mentalidad abierta, Capella será capaz de encontrarlos en el futuro.