Recientemente el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que su gobierno impondrá aranceles a algunos productos importados de países como China. La subida de tasas es importante, se habla de cargas de hasta el 25%. Por supuesto, China ha reaccionado a su vez, amenazando con la implantación de tributos a Estados Unidos. Anteriormente, Trump había hecho lo mismo con Europa y sus dirigentes contestaron como se esperaba, amenazando a su vez al gobierno de Estados Unidos con acciones similares. Este tipo de réplica por parte de los países damnificados es celebrado por muchos de sus conciudadanos, que lo ven como una resistencia al imperialismo norteamericano. La respuesta es una forma de decir que no podrán con nosotros, que no vamos arrodillarnos a pesar de que somos más pequeños. Parece así que la reacción es positiva, que de algún modo nos beneficia, como si estuviésemos defendiéndonos de un matón en el patio del colegio. Estamos protegiendo la soberanía del país del que formamos parte.
A continuación, haremos un pequeño análisis para dilucidar la cuestión. En primer lugar, habría que preguntarse qué es lo que origina la primera acción, esto es, la subida arancelaria por parte de Trump. La imposición de tasas a un artículo concreto, por ejemplo el acero, conllevará un aumento de su precio debido a la restricción de la oferta (dicho gravamen provocará que a muchas de las empresas extranjeras, las más ineficientes, ya no les compense exportar). Esta subida hará rentable la comercialización de la manufactura en cuestión por parte de algunas compañías locales que habían dejado de hacerlo al verse desplazadas por firmas extranjeras más eficientes. Esta forma de proteccionismo favorece a las industrias nacionales afectadas por el mismo, ya que se desplaza la fabricación y venta de un producto de las industrias extranjeras a las locales.
De esta manera, es fácil entender que los gobernantes caigan en este tipo de políticas, pues favorecen a cierto sector de su país, asegurándose una cantidad cuantiosa de votos. Trump conseguiría que la industria de EEUU creciese, lo que le reportaría réditos electorales. Visto así todo parece positivo. Debemos recordar, sin embargo, que el crecimiento económico aparece con el ahorro y la especialización del conocimiento, y para que esto sea posible es necesario un aumento de la población que lo soporte. De este modo se hará posible alargar la estructura productiva obteniendo un género de calidad superior a menor precio, lo que nos hará más ricos. Es por esta misma especialización que actualmente disfrutamos de todo tipo de aparatos tecnológicos (móviles inteligentes, ordenadores, etcétera), medios de transporte (aviones, trenes, etcétera) comida, ocio, etcétera.
Imaginemos por un momento, que la población queda reducida a la mitad. Obviamente no habrá el número suficiente de gente para fabricar todos esos artículos de un modo tan específico, con lo que muchos de ellos desaparecerán del mercado o permanecerán pero siendo menos sofisticados. Para comprender esto bien, podemos exagerar el ejemplo e imaginar que los únicos supervivientes son una pequeña familia de cinco integrantes. Naturalmente tendrán que hacerlo todo ellos. Así pues, suponiendo que se ha acabado el capital acumulado, necesitarán arar la tierra y sembrarla para obtener los alimentos que necesitan para subsistir, construir una casa, criar animales, etc. Sin embargo, no dispondrán de todos los objetos disponibles en el mercado actual. En otras palabras, volverían a la edad de piedra, precisamente porque tienen que hacerlo todo ellos. Si nos imaginamos ahora que se encuentran a otra familia, saldrán entonces beneficiados si se dedican a fabricar aquellos enseres en los que son mejores que sus vecinos (más exactamente aquellos en los que la diferencia sea mayor) y después intercambian. Porque, en vez de, por ejemplo, plantar patatas y tejer ropas, si la primera familia es mucho mejor que la otra en lo primero, entonces en vez de hilar prendas también, saldrán beneficiados si plantan más patatas de las que van a consumir, y sus vecinos hacen lo mismo con la ropa y después intercambian patatas por ropa. De esta manera, ambas familias acabarán con una cantidad superior de vestidos y alimento. Y si aparece otro vecino sucederá lo mismo, comenzando un nuevo proceso de especialización.
Así, podemos entender que en un mercado global el grado de especialización es inmenso, lo que nos permite el acceso a un género de una variedad casi ilimitada, con las variaciones de sus características técnicas y estéticas que los consumidores reclamen. Habrá empresas destinadas a cada etapa de la estructura productiva.
No obstante, si por motivos políticos nos impiden comerciar con un país, dejaremos de tener acceso a aquellos frutos en los que ese país destacaba. Si se los comprábamos a ellos era porque eran los mejores en la producción de dichos enseres, los que mejor se adecuaban a las demandas de precio y calidad que exigíamos como consumidores. Con lo cual tendremos que adquirirle esas elaboraciones a algún otro vendedor, a pesar de que no lo hace tan bien (obviamente si lo hiciese igual de bien ya se lo compraríamos antes), esto es, que obtendremos el mismo objeto más caro, o con menos calidad, lo que se traduce en que seremos más pobres. En el caso de que en el mercado al que todavía podemos acceder nadie fabrique el susodicho producto, entonces habrá dos opciones: o bien seguirán sin hacerlo puesto que el rendimiento esperado no es superior al obtenido con la comercialización de los artículos que ya están elaborando (en cuyo caso seremos más pobres por no disfrutar de dicha manufactura) o bien dejarán de confeccionar alguno de los enseres a los que se dedicaban para producir esta nueva mercancía si es que la rentabilidad estimada es superior a la que obtienen con la venta de aquello que van a dejar de fabricar. Mas en este último caso también seremos más pobres, puesto que el resultado será que algunas firmas destinarán recursos escasos para la mencionada mercadería, en vez de dedicarse a aquello en lo que estaban especializados. Empero, el nuevo género tendrá menos calidad o será más caro que el original, puesto que si fuesen capaces de hacerlo igual o mejor ya lo harían antes, y además los recursos que destinen a ello no pueden dedicarlos a confeccionar aquello en lo que sí eran los mejores. El resultado es que pasamos de una situación en la que tenemos dos productos, digamos A y B, a otra en la que tenemos también los productos A y B, sin embargo ahora B es más caro o de peor calidad (el artículo perjudicado por los aranceles), y tenemos menos cantidad de A (el que deja de fabricar la industria local para dedicarse a B), con la consiguiente subida de precios. Utilizando un ejemplo del profesor don Jesús Huerta de Soto, si los españoles comerciamos con los alemanes y estos son los mejores construyendo coches de gama alta y nosotros creando vinos de calidad elevada, entonces gracias a esa especialización podemos intercambiar coches por vino y ambos salimos beneficiados. La forma más barata para los alemanes de tener caldos a buen precio es producir autos e intercambiarlos después por vino. Si les impidieran comerciar con España, tendrían que ponerse ellos mismos a elaborar la bebida, desviando recursos desde la fabricación de automóviles a la de vinos, y el resultado sería que gozarían de menos coches y tendrían caldos de peor calidad. Esto es, serán más pobres.
La misma reflexión vale si lo que nos impiden es comerciar no con un país entero sino con alguna de sus manufacturas. Y también para el caso en el que lo que se dé no sea una prohibición total si no la implantación de una tarifa a dichos productos. Lo que podemos es predecir que en estos casos todos seremos más pobres. Tanto los habitantes de los países a los que se les han impuesto los aranceles como los de los países que los imponen, puesto que habrá un peor aprovechamiento de los recursos. Los únicos que saldrán beneficiados son las grandes compañías locales beneficiarios de las tasas, que son las que tienen capacidad económica para ejercer presión en las decisiones del gobierno, y también los políticos que con esas medidas ganan votos y poder en el tablero político mundial. El encarecimiento que sufrirán algunos productos no les afectará, pues será nimio en comparación con los beneficios obtenidos. Como siempre en el capitalismo de estado hay una minoría formada por gobernantes, burócratas, grandes empresarios y banqueros, que viven a costa del resto de la sociedad.
Así pues, cuando nos pintan estas decisiones como un capítulo en la guerra entre los habitantes de dos países, hemos de reflexionar y darnos cuenta que, en realidad, se trata de una lucha de poder entre los gobernantes de esos dos países en la que el grueso de ambas poblaciones sale perjudicado.